jueves, 20 de junio de 2019

LOS DESERTORES, de Joaquín BERGES



DESERCIÓN MÚLTIPLE (*)
Ramón Acín

“La vida de un motor depende del combustible” (p.268) afirma en una de sus metáforas el narrador de Los desertores, la última novela de Joaquín Berges (Zaragoza, 1965) mientras va desgranando las peripecias y adversidades de Jota, el protagonista clave de una de las tramas narrativas. Y es verdad, cualquier vida, para proseguir en su avance, necesita “combustible” y si éste es de mala calidad, escasea o se acaba, el rumbo de la vida languidece por lo general en el imprevisto. De eso trata, precisamente, Los desertores, una novela que compagina, como mínimo, dos momentos históricos que, con un interregno de casi cien años entre ambos, ahondan paralelamente en el tema del abandono y sus múltiples caras: abandono de la vida tocada en suerte, de la palabra dada o juramentada, de la profesión...e, incluso, hasta de los sentimientos.

Abandonar es desertar del camino trazado, heredado o elegido. Desertar es hacerse invisible ante los demás, aislarse del presente, vivir lejos de la compañía adecuada o encerrarse en sí mismo, abrazando un juego de mentiras y chantajes que siempre lleva directo al fracaso. Acertó el escritor Miquel Martí i Pol cuando afirmó que “la verdadera muerte es desertar”. Por eso, la novela de Joaquín Berges contiene muchos más desertores que los dos desertores históricos que, al principio, el lector imagina cuando se enfrenta a la lectura y aquí reside uno de los grandes logros de Berges, porque cada personaje conlleva sorpresas ocultas a su costado.

Los desertores está construida sobre un aséptico (en principio) quicio de un viaje. Un viaje duplicado. Uno, por la Historia (tanto en la vertiente universal de la I Guerra Mundial que desemboca en lo individual, caso de Alfred, el soldado desertor) y, otro, sobre un viaje personal, el que conforma el desplazamiento que llevará a cabo el personaje Jota (la vida misma, no olvidar, siempre es viaje). Son dos cimientos estructurales a tener muy presentes en la lectura de la novela, porque ambos destilan enseñanza y permiten la comprensión final de los varios temas que se cobijan en su interior.

El viaje por la Historia traslada al lector hasta el epicentro de unos sucesos verdaderos, trágicos y claves para la humanidad. Sucesos que enmarcan acontecimientos de la I Gran Guerra y, más en concreto, en algunos de los que acaecieron en la famosa“tierra de nadie”de la larguísima batalla del Sonme, donde los muertos se multiplicaron por millares, dados los abundantes ataques y contrataques de la inamovible lucha de trincheras. Son sucesos que Joaquín Berges encuadra a la perfección mediante un riguroso uso de la disciplina histórica (los fragmentos marcados mediante numeración romana), a la par que, después, consigue matizarlos con la proximidad que destilan las cartas que los soldados escriben a sus familiares (como Alfred a su padre) y con los poemas con los que esos los soldados desahogan sus cuitas ante una guerra sin sentido, cruel, ominosa y engullidora de vidas.

Por su parte, el viaje físico (el que Jota lleva a cabo a lomos del camión conducido por la aguda Geike), además de una traslación física en el espacio, supone un descenso a los infiernos interiores del protagonista. Infiernos plagados también de una sustancia trágica similar a los bélicos de la I Guerra Mundial (en la medida individual y no universal, aunque finalmente acaben funcionando de igual manera). Porque el vacío, la soledad, el remordimiento y otros muchos padecimientos similares afloran con fuerza. Es decir, tanto la Historia colectiva como la vida individual hablan de deserción, de abandono, de claudicación... ante las fuerzas de una existencia que siempre está presidida por el azar y sus imponderables.


Si la Gran Guerra, cuando estalla en 1914, hace pensar a quienes alegremente se enrolan en el ejército que van a “una gran aventura” (basta observar el flujo de ingleses, irlandeses, australianos, neozelandeses, sudafricanos e, incluso, gentes de Terranova, por poner un ejemplo) donde triunfa el sentimiento de hermandad, previa a su caída posterior en el vacío existencial y el sinsentido, el viaje de Jota y su ausencia también lleva directo a otra sinrazón azarosa: la de unos comportamientos familiares que se desparraman por la historia (en este caso, con minúsculas) narrativa. Con ello, el pasado y el presente, colectivo e individual, familiar y personal, se mueven en un eje común y dialogan entre sí para dar algo de luz al ser humano. Ésa es la clave de Los desertores: analizar las carencias que nos definen y que nos edifican para, tal vez, tras observarlas, poder enfrentarnos a la incertidumbre de la vida en la que estamos imbricados y de la que desertamos. De ahí que, en Los desertores, todos los personajes que aparecen en la historia se enzarcen en una explicación y búsqueda de sentido a la existencia.

Si interesante es el uso constructivo de la fragmentación mediante la que Joaquín Berges consigue los objetivos que se acaban de señalar, también lo son los esqueletos basados en el hibridismo genérico en el que cimenta su narración (indicios de novela histórica o de cierto suspense, por ejemplo). Una fragmentación narrativa que permite la existencia de un inmneso puzzle de momentos alternantes que el lector debe unir continuamente hasta completar la historia final. Una acción lectora que, además, debe ser llevada a buen puerto en cada una de las varias historias que protagonizan los distintos personajes de la novela. Especialmente en lo que concierne al grupo familiar y amistoso de Jota que despliegan historias que desde el presente retrotraen al pasado con todo su haz ramificador. ¿Qué enfermedad aqueja a Juana, la madre de Jota? ¿Qué lleva Jota a abandonar trabajo y familia y lanzarse a un viaje por Francia? ¿Que se encierra detrás de la sumisión y obediencia de Hache? ¿Por qué Carol, hermana de Jota, no desea ver a su padre? ¿De dónde viene y qué esconde la pasión bélica del padre de Jota?...Los interrogantes son permanentes, con cada personaje y abren espitas de existencia novedosas, llenas de duda y necesidad de saber, lanzando a la novela por derroteros impensados que se llenan de perspectivas y que, a la postre, dibujan la multiforme faz de la existencia, profusa, además, en aristas. La novela, conforme avanza engorda en personajes y, con ellos, se sazona de vida y de temas.

Por eso en la novela cabe desde la violencia al amor y, entre medio, un enorme arco iris donde asoma el odio, la traición, el engaño, el desamor, la amistad, la sumisión, el dominio, el dolor, la culpa... y el sentimiento de la muerte. En suma, 282 páginas con historias y temas para saborear con fruición y calma en una prosa que absorbe y agrada. Y 282 páginas que incitan a mirar la vida desde otras perspectivas para aprender a tener valor frente a los sinsentidos y absurdos que impone la realidad y que obligan, también, a mirar de cara la verdad de ser uno quien es y no el dibujo que imponen los demás.

Los desertores. Joaquín Berges. Barcelona, Editorial Tusquets, 2018, 282 pp.

(*) Publicada en Revista TURIA, nº 131.

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