EL PESO DE LA MEMORIA Y LA PALABRA NO
ES INOCENTE. (*)
Ramón
Acín
Desde el comienzo mismo
de Lluvia fina, Luis
Landero advierte de los derroteros por los que caminará su novela,
pues el personaje relator apunta con claridad que “hay algo en las
palabras que, ya de por sí, entraña un riesgo, una amenaza” y,
también, de que no es verdad de que el viento se lleve las palabras
de tan forma fácil como popularmente se dice y hasta se admite
(p.11). Es, sin duda, un evidente aviso para navegantes. Un aviso que
aletea contumaz para, a la conclusión de la historia, erigirse
altivo y acabar dando luz (pese a la sorpresa del inesperado final) a
los muchos entresijos de tanto dime y direte o de las tantas sombras
e insinuaciones acumuladas mediante las diversas perspectivas que se
narran (no olvidar
nunca que Lluvia fina se
construye sobre una abultada suma de perspectivas). Unos entresijos
que, además y
a la vez, también agrandan y
adensan todo cuanto se pretende contar (y reflexionar) en la novela y
con la novela.
Sin duda sucede así en
Lluvia fina porque en la vida
misma las palabras que describen el regreso desde el hondón de la
memoria (o que recuperan la memoria) nunca actúan de forma inocente
dado que, sobre sus hombros, éstas portan mucho de reivindicación,
de reajuste, de discordia y, por supuesto, de falsedad (“cuanto
mayor es el olvido, mucho más rico y detallado es también el
recuerdo” p. 262). Lluvia fina,
por tanto, se va armando sobre un cúmulo de palabras que emergen
desde la oscuridad del secreto y desde la oscuridad del pasado. Y
son, por tanto, palabras que surgen en son de guerra y, por supuesto,
cargadas de agravios, de retoques, de intercalados innombrables y de
intereses espúreos, aunque, a la vez, también sean palabras que
conlleven siempre la capacidad de apaciguar parte del dolor y de la
insatisfacción individual que envuelve a todo dios en la “dura
condena del vivir” (p. 26). Porque nadie puede dudar de que, en
realidad, todo dios al hablar de sí mismo reinventa más o menos su
vida. Y también de que en cuanto uno puede se vacía así de las
muchas cargas que supura el peso del pasado.
A
todo ello se dedica el río subterráneo de Lluvia fina
cuando va
destripando de forma acumulativa
el transcurrir vital de los miembros de un clan, unido por lazos de
sangre y de ¿amor? fraterno, marital y familiar. Un transcurrir
vital propenso a la rutina con sus punzadas de nostalgia y tedio, con
su pozos innombrables, con sus envidias y su secretos. Un transcurrir
vital que tiende más hacia una interesada y parcial recuperación
(entrevista más que otra cosa) a través de la narración (mejor,
confesión) desde el interior mismo de los protagonistas que
construyen la novela. Y un transcurrir que se muestra (al tiempo que
acumulativo, clarificador) mediante el continuo e intercalado fluir
de varias versiones personales, aparentemente ingenuas y veraces, en
boca de cada miembro familiar y que además de
contar/confesar/aportar la perspectiva (parcial) de su vida personal
y en común, descarga también el amargor individual de sus
conciencias. La familia, célula clave de la vida social, sirve así
de potente epicentro para el seísmo que encierra Lluvia
fina. Porque de eso se trata, de
contar un seísmo familiar que, como los volcanes, sacará a la luz
toda la inmundicia retenida y su capacidad para el desastre. Es
decir, mundo familiar y mundo particular enroscándose ambos en
continuas conjeturas que se prolongan entre claroscuros y matices, a
veces absurdos, pero que permiten también el magnífico perfilado de
todos los personajes, cada cual en su mundo particular a pesar de la
obligada convivencia. Por fortuna, Landero sabe desdramatizar con el
acertado uso de la ironía y del humo entre ese “montón de
palabras que son como fieras enjauladas y hambrientas que están
rabiando por salir a la luz” (p. 142).
Landero
juega con la fuerza de la palabra y hace uso de ella como si ésta
fuera una sutil espoleta, capaz de retardar y de accionar la
explosión narrativa de la
historia colectiva que se va narrando (historia que, a su vez, es
suma de varias historias personales, no olvidarlo). Y lo hace de la
forma más sencilla y propia a su esencia: relatando (tal vez sería
mejor decir “confesando”) perspectivas individuales que tiene
muchísimo de cuento, porque, en realidad, a la postre tan sólo se
trata de descargar la conciencia y de sacar a pasear (y así airear
y, por tanto, disipar al menos de forma individual) los muermos
personales retenidos en el fuero interno de cada personaje. Unos
personajes que así consiguen vaciarse de su amargor, vomitándolo
en quien quiera escucharlos y ejercer el papel judeocristiano de
confesor. Un papel que en Lluvia fina lleva
a cabo la paciente Aurora (a veces, Aurori, un diminutivo
significativo), el personaje más ajeno al clan familiar que la
novela pone en tela de juicio proyectando unas vidas que son mezcla
de realidad y de reinvención. Aurora es, pues, quien da cuenta de
la “lluvia fina” o
de que a palabra nunca es
inocente y también
quien da cuerpo y volumen al resto de los protagonistas con el pegado
de tanto fragmento a través de su ¿interesada? mirada.
Por
otra parte, Landero además de ser en Lluvia fina un
maestro en el uso de la perspectiva, también lo es en el uso del
lenguaje por el acertado acomodo a cada personaje. Un uso del
lenguaje de arco muy amplio, capaz de contener desde lo popular con
regusto a refranero a la precisión según momento episódico y actor
(remito a la descripción o visión de Sonia en su relación con
Horacio, llena de referencias infantiles, propensas al ensueño, a la
aventura y a la inocencia en duro contraste con la malévola
actuación de Horacio y, también, como contrapunto a la diferencia
de edad entre ambos). En suma, lluvia torrencial porque no hay
párrafo sin sustancia. Función del secreto, de la convivencia
familiar, del valor de la memoria, de las épocas de la vida, de cómo
se conforma el carácter de las personas y, por supuesto, del mismo
discurrir de la existencia personal y social.
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Luis
Landero. Lluvia fina. Barcelona,
Editorial Tusquets. 2019. 268 pp.
(*) Publicada en TURIA, nº 131.
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