jueves, 20 de junio de 2019

LLUVIA FINA de Luis LANDRERO


EL PESO DE LA MEMORIA Y LA PALABRA NO ES INOCENTE. (*)

Ramón Acín

Desde el comienzo mismo de Lluvia fina, Luis Landero advierte de los derroteros por los que caminará su novela, pues el personaje relator apunta con claridad que “hay algo en las palabras que, ya de por sí, entraña un riesgo, una amenaza” y, también, de que no es verdad de que el viento se lleve las palabras de tan forma fácil como popularmente se dice y hasta se admite (p.11). Es, sin duda, un evidente aviso para navegantes. Un aviso que aletea contumaz para, a la conclusión de la historia, erigirse altivo y acabar dando luz (pese a la sorpresa del inesperado final) a los muchos entresijos de tanto dime y direte o de las tantas sombras e insinuaciones acumuladas mediante las diversas perspectivas que se narran (no olvidar nunca que Lluvia fina se construye sobre una abultada suma de perspectivas). Unos entresijos que, además y a la vez, también agrandan y adensan todo cuanto se pretende contar (y reflexionar) en la novela y con la novela.


Sin duda sucede así en Lluvia fina porque en la vida misma las palabras que describen el regreso desde el hondón de la memoria (o que recuperan la memoria) nunca actúan de forma inocente dado que, sobre sus hombros, éstas portan mucho de reivindicación, de reajuste, de discordia y, por supuesto, de falsedad (“cuanto mayor es el olvido, mucho más rico y detallado es también el recuerdo” p. 262). Lluvia fina, por tanto, se va armando sobre un cúmulo de palabras que emergen desde la oscuridad del secreto y desde la oscuridad del pasado. Y son, por tanto, palabras que surgen en son de guerra y, por supuesto, cargadas de agravios, de retoques, de intercalados innombrables y de intereses espúreos, aunque, a la vez, también sean palabras que conlleven siempre la capacidad de apaciguar parte del dolor y de la insatisfacción individual que envuelve a todo dios en la “dura condena del vivir” (p. 26). Porque nadie puede dudar de que, en realidad, todo dios al hablar de sí mismo reinventa más o menos su vida. Y también de que en cuanto uno puede se vacía así de las muchas cargas que supura el peso del pasado.

A todo ello se dedica el río subterráneo de Lluvia fina cuando va destripando de forma acumulativa el transcurrir vital de los miembros de un clan, unido por lazos de sangre y de ¿amor? fraterno, marital y familiar. Un transcurrir vital propenso a la rutina con sus punzadas de nostalgia y tedio, con su pozos innombrables, con sus envidias y su secretos. Un transcurrir vital que tiende más hacia una interesada y parcial recuperación (entrevista más que otra cosa) a través de la narración (mejor, confesión) desde el interior mismo de los protagonistas que construyen la novela. Y un transcurrir que se muestra (al tiempo que acumulativo, clarificador) mediante el continuo e intercalado fluir de varias versiones personales, aparentemente ingenuas y veraces, en boca de cada miembro familiar y que además de contar/confesar/aportar la perspectiva (parcial) de su vida personal y en común, descarga también el amargor individual de sus conciencias. La familia, célula clave de la vida social, sirve así de potente epicentro para el seísmo que encierra Lluvia fina. Porque de eso se trata, de contar un seísmo familiar que, como los volcanes, sacará a la luz toda la inmundicia retenida y su capacidad para el desastre. Es decir, mundo familiar y mundo particular enroscándose ambos en continuas conjeturas que se prolongan entre claroscuros y matices, a veces absurdos, pero que permiten también el magnífico perfilado de todos los personajes, cada cual en su mundo particular a pesar de la obligada convivencia. Por fortuna, Landero sabe desdramatizar con el acertado uso de la ironía y del humo entre ese “montón de palabras que son como fieras enjauladas y hambrientas que están rabiando por salir a la luz” (p. 142).

Landero juega con la fuerza de la palabra y hace uso de ella como si ésta fuera una sutil espoleta, capaz de retardar y de accionar la explosión narrativa de la historia colectiva que se va narrando (historia que, a su vez, es suma de varias historias personales, no olvidarlo). Y lo hace de la forma más sencilla y propia a su esencia: relatando (tal vez sería mejor decir “confesando”) perspectivas individuales que tiene muchísimo de cuento, porque, en realidad, a la postre tan sólo se trata de descargar la conciencia y de sacar a pasear (y así airear y, por tanto, disipar al menos de forma individual) los muermos personales retenidos en el fuero interno de cada personaje. Unos personajes que así consiguen vaciarse de su amargor, vomitándolo en quien quiera escucharlos y ejercer el papel judeocristiano de confesor. Un papel que en Lluvia fina lleva a cabo la paciente Aurora (a veces, Aurori, un diminutivo significativo), el personaje más ajeno al clan familiar que la novela pone en tela de juicio proyectando unas vidas que son mezcla de realidad y de reinvención. Aurora es, pues, quien da cuenta de la “lluvia fina” o de que a palabra nunca es inocente y también quien da cuerpo y volumen al resto de los protagonistas con el pegado de tanto fragmento a través de su ¿interesada? mirada.

Por otra parte, Landero además de ser en Lluvia fina un maestro en el uso de la perspectiva, también lo es en el uso del lenguaje por el acertado acomodo a cada personaje. Un uso del lenguaje de arco muy amplio, capaz de contener desde lo popular con regusto a refranero a la precisión según momento episódico y actor (remito a la descripción o visión de Sonia en su relación con Horacio, llena de referencias infantiles, propensas al ensueño, a la aventura y a la inocencia en duro contraste con la malévola actuación de Horacio y, también, como contrapunto a la diferencia de edad entre ambos). En suma, lluvia torrencial porque no hay párrafo sin sustancia. Función del secreto, de la convivencia familiar, del valor de la memoria, de las épocas de la vida, de cómo se conforma el carácter de las personas y, por supuesto, del mismo discurrir de la existencia personal y social.

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Luis Landero. Lluvia fina. Barcelona, Editorial Tusquets. 2019. 268 pp.
(*) Publicada en TURIA, nº 131.


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