martes, 30 de junio de 2009

ANUNCIARSE O NO ANUNCIARSE

De nuevo me sobrevuela la disyuntiva:
“Seguir o desaparecer”


"Chica busca chica". Buzón nº 4334.

Así, de forma tan simple, empezó el calvario.

Me había propuesto recoger material de primera mano. Estaba embarrancado, lo que se dice embarrancado, desde hacía meses. "Así no puedes continuar. Debes enseñarle a la muy zorra lo que es la vida", solía jalearme mientras daba cabezadas contra la pared. No se me ocurrió otra idea mejor. La puta novela no avanzaba ni a la de tres. Necesitaba algo que rompiese su nudo gordiano. Me tenía aprisionado, estrangulado, sin avanzar. "Ella", mi protagonista, se resistía como una terca puritana antes de dejarse hacer. Como si desease a toda costa evitar que yo la ensuciase con cualquier juego sexual. Eso parecía. Por eso creo que sigue viviendo en lo más hondo de mi persona. Y que es culpable de todo cuanto ha sucedido.

"¡Tiene gracia que la ficción acabe teniendo tanta fuerza!", pensé. Pensar, a veces, es desviar la mirada hacia otro lado, retrasar el problema mediante recorridos en zig zag.

Por eso, intenté suplir, echando mano de todos los subterfugios imaginables, la ausencia de las musas -o sea de experiencia y conocimientos-. Otros unen pequeñas dosis de peyote con mezcal -soy mitómano hasta la médula, aunque mi primo, lo sé, acabe reduciéndome a un simple tontodelculo-. Simulé, pues, a Henry Michaux. Quizás en momentos de delirio llegaba la Anunciación. Ni por esas. No era digno de otro Espíritu Santo. Quedé sólo narcotizado de momento -lo que me faltaba-. Con un descomunal dolor de estómago durante días. Un dolor rasposo como el del esparto sobre una herida al rojo vivo.

Lo de menos fue hacerme pasar por una de ellas. Moldearme con silicona y moverme como creía -o intuía- que "Ella" se movía no conllevó más tiempo que el relativo al aprendizaje. Incluso me pareció divertido. Hasta me satisfizo. Todavía tiemblo ante la nueva visión de mi nuevo cuerpo, lleno de curvas, y su recién adquirida tersura. Ya se sabe: nada se resiste al imperio de la paciencia y a la pasión que se adueña de uno. Más cuando se tiene el fervor intenso del creyente. Ése era mi caso. Y mi negocio.

Quedaba la prueba de fuego. Y por eso lo del anuncio.

Me vi perfecta, insinuante, sensual, apetecible, jugosa. Una matahari. Como "Ella", aunque en la novela hubiese quedado atascada y casi sin perfilar. Un mohín sugerente que no había forma de que fuera a mayores. Siempre, entre nieblas, se aparecía su poder de diosa. O de una bruja. No había duda: estaba enamorado de una quimera. La quimera que había creado. O siendo preciso: que había intentado crear. Soñaba continuamente con ella, mientras sus perfiles se diluían en la ambigüedad, sin acertar jamás en la búsqueda de las palabras precisas. Ésas que con el sonido se transforman en realidad tangible. Por eso, lo del anuncio. La posibilidad de encontrarla en una esquina, de hallarme frente a frente la hacía más real.


Ya lo saben, los hados no siempre son favorables. En lugar de la chica que buscaba, me tocó en suerte uno de esos chuloputas que van a la caza de ganado nuevo para su negocio de carne al por mayor. Y, además, fue un chuloputas con decisión "Renovarse o morir. El negocio es el negocio, nena", dijo, yendo directo al grano. Y agarrándome con fuerza -todo un gorila- por la muñeca, me llamó familiarmente -imbécil gangoso- "Chatica mía", además de estamparme un beso de los que hacen época. En suma, me cayó en suerte un de comerciante de lo ajeno que, pase lo que pase, van a tiro fijo. Como las rapaces. Me daba lametazos mientras ahostiaba. Acabé en su garito.

Sacó su libretita y, mirándome, leyó todo lo que yo había escrito en el buzón nº 4334.

Se me cruzaron los cables y accedí. Parecía igual de divertido. Además, ya llegaría el momento de poner las cartas boca arriba. Y de librar diferencias, si las había, aunque fuera a puñetazos. Mi apariencia era una y la realidad de mi cuerpo, otra.

…..

Lo malo vino después.

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