lunes, 10 de abril de 2017

CHICOS Y CHICAS de Soledad PUÉRTOLAS

Fijar la vida (y mucho más)*

por Ramón Acín.

Ante Chicos y chicas, la última entrega de Soledad Puértolas, lo primero que debe apuntarse es que los once relatos que componen el libro poseen, todos, una prosa muy afinada, a lomos de un lenguaje ceñidísimo y muy exacto. Concisión y precisión que ya segregan, incluso, los mismos títulos que encabezan el devenir de las respectivas historias encerradas en el libro. Son títulos que, por lo general, se transmiten al lector de una forma tan contundente como escueta mediante el uso de una sola palabra, lapidaria, lo cual no es óbice para que en éstas no se observe, con total eficacia, la debida orientación al lector acerca de los contenidos de cada uno de los relatos. De ahí que, de entrada, la minuciosidad se encarame con punto clave en el desarrollo de las historias narradas por la autora y que la concentración y la precisión aparezcan como una de las grandes atracciones de su lectura.
No obstante, este gusto por lo categórico en absoluto está reñido con la profundidad que atesoran, porque todos los relatos, concentrados y minuciosos, dejan deslizar innumerables aspectos relativos a la vida, pese a que –también- se transite casi siempre por los trillados caminos de la cotidianidad. Una cotidianidad que, en apariencia, actúa como telón de fondo y que casi siempre se basa o centra en las relaciones personales donde cabe todo. O casi todo. Desde la familia y sus múltiples aristas –el vivero más preñado- hasta los círculos de la amistad, de la vecindad o del parco conocimiento, sin obviar contactos simplemente transitorios y advenedizos, o, incluso, los más insospechados o imaginados. En todos y con todos ellos se posibilita la indagación. Una indagación múltiple que puede abarcar la lealtad, el amor, la traición, el dolor, el vacío, el miedo, el absurdo, la sensación de fracaso, la duda, la irracionalidad del azar… Es decir, el amargo cáliz de la vida, tan llena de carencias, donde la perplejidad y el desconcierto reinan. Y, por eso, como se dice en “Ausencia” (p. 80),”el juicio debe venir desde dentro”. Cuando menos, para evitar el error y repeler el fracaso. A ello invitan, por tanto, los relatos de Chicos y chicas. Avisan al lector a que explore en profundidad, con la mirada atenta, a todo cuanto le rodea. Es el gran arcano que, sin duda, preside el conjunto de estos relatos de Soledad Puértolas y que –uno es lo que imagina al leerlos- también ha sido la principal piedra de toque para la autora: Ahondar en lo invisible de la vida, “en las cosas que no se ven, pero que están” (p.83), cosas que, además de estar presentes en la vida, la presiden sin darnos cuenta, junto a otros aspectos que si llegamos a ver o a observar.

De ahí que frases como “miramos casi sin fijarnos a lo que miramos” (relato “Ausencia”), “quitarle importancia a la vida, a todo” (“Confesión”), “en su vida todo estaba a medias” (“Chicos y chicas”), “no se puede vivir de espaldas a los hechos” (“Tarot”), “Quizá el misterio esté siempre ahí, aunque creamos saberlo todo” (“Aficiones”), “no tengo ni un solo punto de apoyo”… adquieran tanto significado y se tornen en guías durante la lectura de Chicos y chicas, junto a otras muchas frases más, desparramadas aquí y allá. Frases que, además de atraer, atrapan. Y lo hacen porque todas ellas, en un primer acercamiento lector, tienden a precisar, al menos, la intención de todo cuanto en los relatos se intuye y, por supuesto, contienen: esa necesidad de fijar la vida, o, incluso mejor, esa necesidad de fijar lo invisible de la vida que, por cotidiano, suele pasar desapercibido. Y, también, por supuesto, en la obligación de reparar en le hecho de que la vida es un enigma múltiple, con sus nubes de duda y de sorpresa.
Para ello, en todos los relatos, con acierto, Soledad Puértolas usa una voz omnisciente, capaz de buscar respuestas entre las incertidumbres de la vida y, también, de clarear entre tanta borrosidad y su poder de ocultación. Tal vez porque la concreción y precisión de quien mira u observa, no ve la totalidad. Es una voz que siempre introduce de forma sugerente, sin notarse, en el centro de las relaciones sociales, familiares y personales (sean éstas de pareja, paterno o maternofiliales, de amistad…). O en el meollo de la intimidad. O en el de los secretos… En suma, en la plural invisibilidad de la vida. Una voz que bien nos puede llevar a la fascinación lectora o que, por el contrario, nos hace desembocar en lo ingrato o no apetecible.
Es lógico, pues, que las historias de Chicos y chicas se caractericen por una enorme concentración de materiales y, también, por la precisión con la que están comunicadas. Son once relatos que se deslizan por espacios normales (habituales para el lector), donde junto al abundante uso del detalle, también fluye la elipsis de hechos y del tiempo transcurrido, algo que gratamente debe ser intuido (rellenado) por el lector. Pero, entre todos los espacios que sobrepasan siempre el simple papel de acompañamiento para personajes y sucesos, el mar, infinito e insondable, destaca con fuerza, llegando a tener, en los relatos que aperece, (casi) función de protagonista, porque no sólo recuadra los hechos narrados, sino que planea como una fuerza más de todo cuanto acontece.
 En Chicos y chicas las historias caminan sobre las palabras y sobre las frases más allá de lo que cuentan. Son, en la íntima soledad del lector, la voz de que da fuerza ante la dificultad, la fuerza que permite indagar más allá de la aparencia (“las cosas a veces acaban sin explicación alguna”) y la voz de la imaginación que satisface al tiempo que avisa sobre la vida, “ese acontecer sobre el que no se tiene ninguna sospecha” (p. 74). Chicos y chicas, además de una grata lectura, un panel de historias con las que escrutar tanto el entorno, como el interior de uno mismo.
(*) Turia, nº 121-122.

-Soledad Puértolas. Chicos y chicas. Barcelona, Anagrama, 2016. 222 pp.

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