Fijar la vida (y mucho más)*
por Ramón Acín.
Ante Chicos y chicas,
la última entrega de Soledad Puértolas, lo primero que debe
apuntarse es que los once relatos que componen el libro poseen,
todos, una prosa muy afinada, a lomos de un lenguaje ceñidísimo y
muy exacto. Concisión y precisión que ya segregan, incluso, los
mismos títulos que encabezan el devenir de las respectivas historias
encerradas en el libro. Son títulos que, por lo general, se
transmiten al lector de una forma tan contundente como escueta
mediante el uso de una sola palabra, lapidaria, lo cual no es óbice
para que en éstas no se observe, con total eficacia, la debida
orientación al lector acerca de los contenidos de cada uno de los
relatos. De ahí que, de entrada, la minuciosidad se encarame con
punto clave en el desarrollo de las historias narradas por la autora
y que la concentración y la precisión aparezcan como una de las
grandes atracciones de su lectura.
No obstante, este gusto
por lo categórico en absoluto está reñido con la profundidad que
atesoran, porque todos los relatos, concentrados y minuciosos, dejan
deslizar innumerables aspectos relativos a la vida, pese a que
–también- se transite casi siempre por los trillados caminos de la
cotidianidad. Una cotidianidad que, en apariencia, actúa como telón
de fondo y que casi siempre se basa o centra en las relaciones
personales donde cabe todo. O casi todo. Desde la familia y sus
múltiples aristas –el vivero más preñado- hasta los círculos de
la amistad, de la vecindad o del parco conocimiento, sin obviar
contactos simplemente transitorios y advenedizos, o, incluso, los más
insospechados o imaginados. En todos y con todos ellos se posibilita
la indagación. Una indagación múltiple que puede abarcar la
lealtad, el amor, la traición, el dolor, el vacío, el miedo, el
absurdo, la sensación de fracaso, la duda, la irracionalidad del
azar… Es decir, el amargo cáliz de la vida, tan llena de
carencias, donde la perplejidad y el desconcierto reinan. Y, por
eso, como se dice en “Ausencia” (p. 80),”el juicio debe venir
desde dentro”. Cuando menos, para evitar el error y repeler el
fracaso. A ello invitan, por tanto, los relatos de Chicos y
chicas. Avisan al lector a que explore en profundidad, con la
mirada atenta, a todo cuanto le rodea. Es el gran arcano que, sin
duda, preside el conjunto de estos relatos de Soledad Puértolas y
que –uno es lo que imagina al leerlos- también ha sido la
principal piedra de toque para la autora: Ahondar en lo invisible de
la vida, “en las cosas que no se ven, pero que están” (p.83),
cosas que, además de estar presentes en la vida, la presiden sin
darnos cuenta, junto a otros aspectos que si llegamos a ver o a
observar.
De ahí que frases como
“miramos casi sin fijarnos a lo que miramos” (relato “Ausencia”),
“quitarle importancia a la vida, a todo” (“Confesión”), “en
su vida todo estaba a medias” (“Chicos y chicas”), “no se
puede vivir de espaldas a los hechos” (“Tarot”), “Quizá el
misterio esté siempre ahí, aunque creamos saberlo todo”
(“Aficiones”), “no tengo ni un solo punto de apoyo”…
adquieran tanto significado y se tornen en guías durante la lectura
de Chicos y chicas, junto a otras muchas frases más,
desparramadas aquí y allá. Frases que, además de atraer, atrapan.
Y lo hacen porque todas ellas, en un primer acercamiento lector,
tienden a precisar, al menos, la intención de todo cuanto en los
relatos se intuye y, por supuesto, contienen: esa necesidad de fijar
la vida, o, incluso mejor, esa necesidad de fijar lo invisible de la
vida que, por cotidiano, suele pasar desapercibido. Y, también, por
supuesto, en la obligación de reparar en le hecho de que la vida es
un enigma múltiple, con sus nubes de duda y de sorpresa.
Para ello, en todos los
relatos, con acierto, Soledad Puértolas usa una voz omnisciente,
capaz de buscar respuestas entre las incertidumbres de la vida y,
también, de clarear entre tanta borrosidad y su poder de ocultación.
Tal vez porque la concreción y precisión de quien mira u observa,
no ve la totalidad. Es una voz que siempre introduce de forma
sugerente, sin notarse, en el centro de las relaciones sociales,
familiares y personales (sean éstas de pareja, paterno o
maternofiliales, de amistad…). O en el meollo de la intimidad. O en
el de los secretos… En suma, en la plural invisibilidad de la
vida. Una voz que bien nos puede llevar a la fascinación lectora o
que, por el contrario, nos hace desembocar en lo ingrato o no
apetecible.
Es lógico, pues, que las historias de Chicos y chicas se
caractericen por una enorme concentración de materiales y, también,
por la precisión con la que están comunicadas. Son once relatos que
se deslizan por espacios normales (habituales para el lector), donde
junto al abundante uso del detalle, también fluye la elipsis de
hechos y del tiempo transcurrido, algo que gratamente debe ser
intuido (rellenado) por el lector. Pero, entre todos los espacios que
sobrepasan siempre el simple papel de acompañamiento para
personajes y sucesos, el mar, infinito e insondable, destaca con
fuerza, llegando a tener, en los relatos que aperece, (casi) función
de protagonista, porque no sólo recuadra los hechos narrados, sino
que planea como una fuerza más de todo cuanto acontece.
En Chicos y chicas las historias caminan sobre las palabras y
sobre las frases más allá de lo que cuentan. Son, en la íntima
soledad del lector, la voz de que da fuerza ante la dificultad, la
fuerza que permite indagar más allá de la aparencia (“las cosas a
veces acaban sin explicación alguna”) y la voz de la imaginación
que satisface al tiempo que avisa sobre la vida, “ese acontecer
sobre el que no se tiene ninguna sospecha” (p. 74). Chicos y
chicas, además de una grata lectura, un panel de historias con
las que escrutar tanto el entorno, como el interior de uno mismo.
(*) Turia, nº 121-122.
-Soledad Puértolas.
Chicos y chicas. Barcelona, Anagrama, 2016. 222 pp.
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