miércoles, 25 de julio de 2012

LA DOMADORA DE VIDAS

LA DOMADORA DE VIDAS
                                            por Ramón Acín* 
De Ella se decía que era soltera, sin embargo nadie pudo jamás asegurarlo con certeza, porque otro rumor vago apuntaba también hacia una viudez más que posible. Por eso, en la familia y en la ciudad, nadie como Ella pudó dibujar una estela tan feraz. Desde el exceso al recato, las patrañas la engalanaban toda como las velitas, paquetitos y bolitas engalanan al deseado y baladí árbol navideño. Ella había desaparecido con apenas once años de la casa paterna y, desde entonces hasta su regreso, una lengua de bruma cubrió su vida. Todo un agujero negro en su radiante universo. Huyó pobre y regreso rica, se comentaba siempre en los mentideros. Cuando menos, vestía diferente y lucía extrañas alhajas. Según los lenguaraces con meditada ostentación, aunque, en realidad, fuese lo contrario, porque esa, al parecer, era su natural forma de comportarse. Para algunos, los maledicentes, su cuerpo fue bandera en la lucha de la vida. Por eso, envidiosos, recalcaban siempre el carmín que encendía sus labios o recelaban de la inmaculada piel, persevada por afeites y demás jerigonzas de belleza, cosas que, en la pequeña ciudad, sólo una mujer de catadura libérrima podía permitirse. Otros, de parecer contrario, insistían en sus tenencias de Señora. Y, también, los embustes disparaban su cohetería. Tan pronto la emparentaban con un hacendado de la Pampa, como glosaban un poder conseguido a golpe de bravura y cerebro. Si el pampero se había rendido ante su belleza y puesto a sus pies casi la Argentina entera, su arrojo y sesera destellaban dominando las calles de Nueva York. La credibilidad de estos tenía su base en el castellano argentinizado con flecos de inglés que Ella se trajo a su regreso. Una credibilidad que, sin embargo, en nada superaba a la putería indicada por aquellos. Entretanto Ella supo mantener el enigma y, así, ser, los pocos años que vivió, el epicentro de la ciudad. Le importaba un pito que, siéndolo, fuese a lomos del amor o a horcajadas sobre el odio. A la vejez, antes de dormir, Ella gozó de la fama siempre deseada. Una fama tan eterna como la memoria, suspicaz o florida, de su ruda ciudad natal.
* (Publicado en Heraldo de Aragón, 19-VII-2012)

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