LA DOMADORA DE VIDAS
por Ramón Acín*
De
Ella se decía que era soltera, sin embargo nadie pudo jamás asegurarlo con
certeza, porque otro rumor vago apuntaba también hacia una viudez más que
posible. Por eso, en la familia y en la ciudad, nadie como Ella pudó dibujar
una estela tan feraz. Desde el exceso al recato, las patrañas la engalanaban
toda como las velitas, paquetitos y bolitas engalanan al deseado y baladí árbol
navideño. Ella había desaparecido con apenas once años de la casa paterna y,
desde entonces hasta su regreso, una lengua de bruma cubrió su vida. Todo un agujero
negro en su radiante universo. Huyó pobre y regreso rica, se comentaba siempre
en los mentideros. Cuando menos, vestía diferente y lucía extrañas alhajas.
Según los lenguaraces con meditada ostentación, aunque, en realidad, fuese lo
contrario, porque esa, al parecer, era su natural forma de comportarse. Para
algunos, los maledicentes, su cuerpo fue bandera en la lucha de la vida. Por
eso, envidiosos, recalcaban siempre el carmín que encendía sus labios o
recelaban de la inmaculada piel, persevada por afeites y demás jerigonzas de
belleza, cosas que, en la pequeña ciudad, sólo una mujer de catadura libérrima
podía permitirse. Otros, de parecer contrario, insistían en sus tenencias de
Señora. Y, también, los embustes disparaban su cohetería. Tan pronto la
emparentaban con un hacendado de la Pampa, como glosaban un poder conseguido a
golpe de bravura y cerebro. Si el pampero se había rendido ante su belleza y
puesto a sus pies casi la Argentina entera, su arrojo y sesera destellaban
dominando las calles de Nueva York. La credibilidad de estos tenía su base en
el castellano argentinizado con flecos de inglés que Ella se trajo a su
regreso. Una credibilidad que, sin embargo, en nada superaba a la putería
indicada por aquellos. Entretanto Ella supo mantener el enigma y, así, ser, los
pocos años que vivió, el epicentro de la ciudad. Le importaba un pito que,
siéndolo, fuese a lomos del amor o a horcajadas sobre el odio. A la vejez,
antes de dormir, Ella gozó de la fama siempre deseada. Una fama tan eterna como
la memoria, suspicaz o florida, de su ruda ciudad natal.
* (Publicado en Heraldo de Aragón, 19-VII-2012)
No hay comentarios:
Publicar un comentario