sábado, 6 de noviembre de 2010

INÉS Y LA ALEGRÍA (Lectura)

(Foto: Presentación de Inés y la alegría)

(Maquis en el Pirineo)
HISTORIA DE LOS CUERPOS MORTALES CUANDO SE CRUZAN CON LA HISTORIA INMORTAL , por Ramón Acín (Cuadernos Hispanoamericanos, 724)

"La Guerra Civil española y su postguerra constituyen una impresionante veta narrativa para “cualquier escritor que sea capaz de ponerse de puntillas y mirar dos milímetros por encima de la historia oficial”. Son palabras de Almudena Grandes en una reciente entrevista. Y, desde luego, a la escritora no le falta razón, porque, tanto en el período bélico como en la postguerra, existen cantidad de sucesos épicos y de protagonistas, tan potentes como increíbles, que, hasta el momento, salvo excepciones (J. Llamazares, J. Iturralde, J. Soler, J. Semprún, Dulce Chacón, por ejemplo), y pese a su tratamiento, no han sido aprovechados en la narrativa española tal como merecen. Al menos, no con la intensidad que se desprende de esos sucesos y de esos personajes. Porque, frente a lo habitual en cualquier país –pienso en casos semejantes como el filón literario y cinematográfico de la guerra de secesión de Estados Unidos o en diversos hitos de la revolución mexicana-, los escritores españoles, aparte de determinadas excepciones, no han utilizado a fondo la creación para indagar y explicarse este pasado excepcional, tan lleno de volumen épico y tan poblado de personajes. Frente a esta postura, tan necesaria como normal, en España lo habitual ha sido obviar la Historia reciente, tendiendo, a ser posible, al olvido.

A este empeño plural - las aludidas indagación, refexión y explicación mediante el uso de la creación/recreación narrativas- responde en gran medida la última obra de Almudena Grandes, Inés y la alegría, que, no en vano, sobre todo, para el lector español, lleva, en la misma portada, un explícito pórtico que no se debe obviar: “Episodios de una guerra interminable”. Y, también un cierre, al final de la novela, muy explicativo, que igualmente tampoco debe olvidarse: “Nota de la autora”. Un cierre que, además, aunque no lo parezca, junto a la inequívoca plasmación de intenciones, forma parte de la novela.

Un empeño muy loable que, a tenor de lo que se anuncia para el futuro –seis novelas o “episodios” que, con sus coletazos, llegarán casi hasta la instauración de la democracia en España-, busca encarar el ofrecimiento de una visión totalizadora sobre la Historia de España más reciente. Es decir, la visión que muestre la paciente lucha por la libertad (guerra interminable) en España, uniéndose así a algunas novelas, magníficas la mayoría, que ya han rastreado, de forma más aislada o individualizada, algunos de esos sucesos. O a las que han utilizado a determinados personajes claves de nuestra épica reciente. Pienso en la visión de la guerra civil expuesta en Días de llamas, la represión en guerra de El lápiz del carpintero, el sufrimiento del exilio en Los rojos de ultramar o El largo viaje, la quimera de los guerrilleros huidos y embolsados en Luna de lobos, la quimera de los guerrilleros infiltrados desde Francia en Maquis, la invasión del valle de Arán en Siempre quedará París, la represión y la cárcel en La voz dormida, la situación y el expolio infantil en Mala gente que camina, la dura posguerra y el obligado desplazamiento geográfico de la población pobre en Espuelas de papel…

La búsqueda de la totalidad: suma de historia y ficción.

Gran parte de la novedad de Inés y la alegría –supongo que aparecerá, también, en el resto de las novelas/episodios anunciados- se asienta, precisamente, en este intento de totalidad mencionado. En la búsqueda de una totalidad que logra proyectarse nítida al abarcar, como ya hiciera Galdós con sus “Episodios Nacionales” -a quien Almundena Grandes cita expresamente como modelo e, incluso, además de convertir a Inés, la protagonista, en lectora de éste, incorpora sus propias lecturas galdosianas en la novela (véase, entre otras páginas, la 187)-, un largo período de tiempo, concatenando sucesos y personajes, reales e imaginarios, a la vez que obliga a un rascado debajo del celofán de la Historia. Así, la guerra, el exilio y sus consecuencias, la clandestinidad, las sinuosas dinámicas y relaciones internas y externas del PC, la dictadura franquista, las relaciones internacionales, el “exilio” interior, la censura y la autocensura, las reglas de juego político, las traiciones… que son ramificaciones claves, provenientes de la Historia -con mayúscula-, en Inés y la alegría se observan y se recrean siempre mediante una plasmación surgida de la vida y de los hechos cotidianos. Vida doméstica y social o hechos cotidianos que, al tiempo, que sirven a la resolución del empeño citado, adoban gratamente a la novela con el sabor de la aventura y con la sangre auténtica de la vida.

Es decir, Inés y la alegría busca una novelación de la Historia con especulación y reflexión incluidas (la voz de la autora). Y, aunque ésta, la Historia, tan sólo yazca al fondo de la ficción, sí que responde a la realidad, con análisis y explicación cuando ambos aspectos son necesarios en el devenir de la narración. No es de extrañar, por ello, que el esquema básico de la novela se centre en el acumulo y la suma de muchas microhistorias individualizadas, concatenadas, que tienden siempre a lo colectivo. Y que, con ello, además, se consiga una sólida visión de la Historia. Es el uso del esquema: Con lo pequeño, lo grande, con lo mínimo, lo máximo, con lo cotidiano, lo trascendente.

¿Pero cómo logra Almudena Grandes aunar todo lo anterior? La respuesta es simple, muy simple: a partir del universal del amor –y de su soporte, el sexo-, motor de la vida y, a la vez, saludable cura ante la angustia del existir que la derrota, el exilio y la clandestinidad agravan en la historia narrada, al tiempo que son verosimil reflejo de la vida. Por eso, en la novela hay una frase que se repite a menudo y que ejerce de ligazón temática e, incluso, técnica: “La Historia inmortal hace cosas raras cuando se cruza con el amor de los cuerpos mortales”. Una frase que, además de permitir la fusión de Historia y Ficción sin chirrido alguno, desemboca en un punto clave: aceptar como viables la indagación, reflexión y explicación –e, incluso, especulación- que sobre los hechos y sobre sus consiguientes problemáticas se ofrecen en la novela. Sólo así, aunque “la barras de carmín no afloran a las páginas de los libros” y aunque “los profesores no las tengan en cuenta cuando combinan factores económicos, ideológicos y sociales, para delimitar marcos interdisciplinares y exactos” (p. 24), se consigue la visualización de la Historia antes mencionada y, por supuesto, la comunión de ésta con lo ficcionado. La historia no escrita, el carmín de la historia, también interesa, porque tiene su importancia.

Porque, en esencia, ¿en qué se diferencia la realidad histórica de la relación amorosa –y sexual- entre Jesús Monzón Reparaz y Carmen de Pedro o la habida entre Dolores Ibarrurí y Francisco Antón frente a la ficcionada relación amorosa existente entre Inés y Galán, personajes de ficción? En nada, si dejamos a un lado los aspectos pragmáticos de Monzón. La Historia se novela como fondo y tálamo, al tiempo que la Ficción se torna realidad. Son vasos comunicantes y ése es el acierto de la autora y la parte técnica más trabada de Inés y la alegría por mucho que ambas, Historia y Ficción, aparezcan dispuestas en la novela mediante bloques separados, muy marcados, además de matizados por la autora, mediante los entreparéntesis históricos, previos siempre a la correspondiente parte de la época y vida que se ficcionan.

Hablando de aciertos. El lector puede quedarse anonadado con el reflejo, muy bien contado, de la clandestinidad amorosa dentro de la clandestinidad política que delata, a las claras, cómo en un mundo progresista los tabués de siempre mantienen su férreo herraje y de cómo, incluso en quienes enarbolan ese progresimo, permanece inalterable el predominio machista. Y también, entre otros filones de interés, el lector puede quedar igualmente anonadado ante el ambiente de permanente desconfianza que alienta y sobrevuela a varios personajes de la novela, no sólo pendientes del enemigo, sino también ante la actuación del camarada, en un ambiente de solidaridad y de compañerismo. Las deslealtades, las pequeñas traiciones, la ambición… son inherentes al ser humano. Como lo es también la sospecha, tan inherente a la condición del soldado, por más que, por las fechas de la historia narrada, ya todo el mundo sea civil o lo aparente –sobre todo, cuando algunos, se convierten por indicación del Partido, en militantes clandestinos-.

Son muchos los aspectos que contiene Inés y la alegría, aunque la novela cuenta, en su núcleo central, el hecho épico de la invasión del valle de Arán llevada a cabo entre el 19 y 27 de octubre de 1944. Y, lógicamente, sus consecuencias. Por lo que, a la vez, la novela también busca indagar la oscuridad que rodea a la gestación, alegría, necesidad y finalidad, momento propicio, fracaso y repercusión de este episodio, tan quimérico, como épico, tan posible como desastroso, tan sorprendente como peligroso. Pero, no sólo es eso. De rondón, en la historia contada por Almudena Grandes se cuelan multitud de cosas. Cosas muy diversas que van desde el despecho amoroso hasta la concienciación y el poso y actuación ideológicas, cuyas sombras avanzan, además, caudalosas, en las dos posibles direcciones: retrotrayéndose al pasado y, también, atisbando el futuro.

Inés y Galán, motores de ficción y espejo de la Historia.

Inés y Galán son los carriles sobre los que discurre veloz el tren de la novela. El tercero es la voz misma de la autora que, por lo general, actúa de cierre, incluso cuando especula. Y discurre veloz pese a la técnica narrativa de Almudena Grandes que siempre tiende remansar las historias, porque a ella le interesa matizarlo todo y que nunca quede ni un sólo cabo suelto. De ahí las abundantes descripciones en Inés y la alegría, mediante un acertado uso de paralelismos correlativos o de la técnica de la comparación, aspectos que son ya conocidos por novelas previas de la autora. Gracias a esta tendencia río de descripciones y paralelismos que reduplican las ideas y éstas se asientan con firmeza, mientras laten las vivencias, las pasiones amorosas, los ambientes y hasta la indumentaria o las comidas. Y, con todo ello, Almudena Grandes consigue que las instatáneas que realiza sobre personas o hechos, sobrepasen la dimensión de la imagen fotográfica para que así, ahormadas en ella, aparezca la vida y lata toda su savia. Quizá, donde mejor se puede observar lo anterior es en los momentos en los que la autora plasma las pasiones humanas, los sentimientos, pues, mediante la comparación de estos con imágenes, con fenómenos naturales, con olores, etc., el lector es capaz de penetrar hasta lo más profundo de los mecanismos humanos, guiado por sus propios sentidos. Y sucede tanto en lo que se refiere al cosmos individual –soledad en la guerra o la clandestinidad, angustia ante el fracaso, miedos…- como en las escenas íntimas de amor o en las colectivas, donde abunda la solidaridad, la amistad o similares. En todas, se ofrecen momentos perfectos que muestran tanto la frialdad como la incandescencia o el climax de los mismos (Galán, por ejemplo, huele a “madera y tabaco, clavo, jabón, limones verdes y un poco de pimienta recién molida”). El uso de las pasiones y de los sentimientos, el carmín de la Historia, da transparecia a la vida y a los procesos históricos.

Inés y Galán, unidos por el amor al desencadernarse el suceso épico clave de la novela -la invasión del Valle de Arán por la 240 división, comandada por el coronel López Tovar, para llevar a buen término la operación “Reconquista de España”- confluirán y avanzarán en paralelo, ofreciendo sus respectivas perspectivas al enfocar la realidad que les envuelve y les maneja durante el largo periodo temporal que va de 1944 hasta finales de los años 60, con coletazos, incluso, en la década siguiente, a las mismas puertas de la instauración de la democracia en España. Y lo harán en paralelo porque la lucha continúa y Galán pasa largas temporadas en España - visita de grupos guerrilleros, reorganización y directrices para el PC del interior-.

Previamente a ese encuentro de amor y sexo en pleno combate, lleno de carga histórica, conoceremos su vida anterior, como presentación y enmarcación de su personalidad posterior. Sabremos que Inés es una chica de buena familia que abraza, en la soledad que le imponen las circunstacias de la guerra, la causa republicana y, después, la comunista. Y que ese abrazo es de tal magnitud que su casa paterna, de familia bien madrileña, acaba siendo despacho del Socorro Rojo. También sabremos de los sufrimientos que ese abrazo le acarrea tras la derrota republicana, a pesar de la importancia de su hermano, alto cargo falangista y gobernador civil de Lérida que, a regañadientes, evita su condena y la arranca de la cárcel madrileña de las Ventas para encerrarla, primero, en un convento y, después, incomunicarla en el aislamiento de un pueblo del Pirineo leridano.

Inés, al mostrar su prehistoria, muestra también el paso trascendente que va desde la alegría y libertad revolucionarias al suplicio de la privación total de la dictadura franquista. De ahí que Inés, en la primera parte de la novela, sea el carril obligado para la visión de la España de la retaguardia bélica, primero, y de la España franquista y de la cruel posguerra para el vencido, después.

Su refugio y evasión ante tales circunstancias será la cocina, la gastronomía y, a la postre, también su puente de plata y su salvación. Pues, tras escuchar la “Pirenaica”, cuando logre huir de las garras de su hermano, la gastronomía será el pasaporte para acogerse a las filas de los republicanos que intentan instaurar en Viella la legalidad del gobierno robado por la fuerza de las armas. Y, también, la gastronomía será su refugio y su luz hasta que, tras casi una vida, pueda regresar a la España democrática. Durante estos años, en cooperativa, cocinará en un restaurante de Toulouse, ofreciendo de esta forma la visión de la vida y de las costumbres acerca de cómo los exiliados españoles consiguieron rehacer sus vidas en tierras extrañas, ejerciendo de obreros, carboneros, carpinteros, canteros, campesinos,… a la par que agitadores y guerrilleros.

Por su parte Galán, alias que le oculta su nombre en el maquisard francés, permite mostrar, al principio, junto a Lobo, Comprendes, Cabrero, Pasiego, Gitano, Zafarraya y otros muchos compañeros, los estragos del exilio en los campos de concentración y, después, la lucha antifascista contra los alemanes, amén de las perennes ansias de restaurar la legalidad republicana. También es el carril para ver la vida en el exilio y, sobre todo, la vida en la clandestinidad, en la que “si vivir no es sencillo, en la clandestinidad es complicado” por que “las sombras se alargan, los peligros se afilan, los sonidos se distorsionan, los enemigos brotan como níscalos en un bosque otoñal después de un chaparrón” (p. 459). Además, Galán es también el carril que permite visualizar las turbulentas aguas en las que navega el PCE de base con sus dirigentes en Moscú (Pasionaria) y América. En suma, con Galán se le cuela al lector en la novela la otra parte interesante de la historia que se cuenta y sobre la que, en gran medida, se asientan los entreparéntesis de la Historia - antes citados-. Es decir, gracias a Galán, tiene sentido el contrapeso histórico de la novela que habita en los capítulos discursivos, y que, a su compás, va novelando con acierto Almudena Grandes. Pues Galán, como otros militares y como muchos militantes comunistas que han sido abandonados a su suerte por los dirigentes en una Francia ocupada por los nazis, es amigo de Jesús Monzón Reparaz que ha enamorado a Carmen de Pedro, la vigilante del partido dejada en Toulouse por la Pasionaria y el Buró Político del PCE. Monzón, con la astucia del zorro, se ha hecho con las riendas de la organización tanto en Francia como en el interior peninsular. Además, Monzón sabe lo que busca: liberar a España antes de que finalice la II Guerra Mundial, para que ésta acabe en Madrid al tiempo que lo hará en Berlín. Con habilidad, Monzón gestiona la alegría y el entusiasmo de los miles de republicanos que han derrotado a los nazis en Francia y planifica la consquista del valle de Arán pensando que los aliados picarán el anzuelo. Su planificación, desarrollo y fracaso y, sobre todo, las consecuencias posteriores se convierten en la materia prima de la novela. Con ello la historia narrativa crece en contenidos y la visión se desparrama con sus múltiples flecos hasta fechas muy recientes de nuestra Historia –movimiento guerrillero, infiltración en la sociedad, política de reconciliación nacional, por ejemplo-.

Desde esta perspectiva, Inés y la alegría se convierte así en una muestra ejemplarizante de los esfuerzos del PCE para reinstaurar la legalidad en España. Al lector, la visión que destila la novela le puede parecer tendenciosa porque no existe la presencia vital de otros antifascitas en la novela que también se batieron el cobre en suelo español durante tres años de penurias y sufrimiento y, después, quizá en menor medida, formando parte de guerrila urbana –Quico Sabaté en Barcelona…- o montaraces, principalmente en Navarra, Huesca, Zaragoza, Lérida, Teruel, Castellón, Valencia y Guadalajara, además de en los núcleos aislados desde la contienda civil por los Picos de Europa y Galicia. Tal vez, no aparecen porque no es el sitio adecuado para ello.

Desde esta perspectiva, la novela no rompe con la verdad o no desenfoca demasiado la realidad, porque la desbandada o la desorganización de las demás fuerzas políticas españolas tras la derrota de 1939 –socialistas, izquierda republicana, anarquistas….- casi fue total. Pero, junto a esta radical ausencia de españoles no comunistas, sí late una cierta loa en la visión de determinados líderes como la Pasionaria –interesante, sin embargo, la descripción icónica de madre y guía e, incluso, la descripción anímica de amante, tanto en el climax amoroso como en la depresión final, ejecutada sobre Dolores Ibarruri- o Carrillo. También late una especie de descargo -aunque se apunte e, incluso, se analice- de los fallos del Partido en situaciones concretas como los procesos de depuración –el de Francisco Antón, se cita con brevedad- o la explicación de por qué se llega a la castástrofe de Arán con la presencia de Santiago Carrillo incluso en la misma frontera francesa/aranesa.

La autora como explicación, en su novelados entreparéntesis, alude a la fuerza de la praxis por la contundente organización que Jesús Monzón consiguió tanto en Francia como en el interior de España. ¿Pero la paxis vale tantos sacrificios humanos, tanto ilusión machacada y el desperdicio de una ocasión tan histórica? La imagen del galápago, con sus innumerables conchas, cobra fuerza y se comprende. Pero no sólo ante la actuación del PCE, sino ante la falsedad de “la solidaridad, el internacionalismo y el amor a España” de las potencias europeas democráticas que solamente se quedaron “en los mítines, en las pancartas y en la fachada de la Sociedad de Naciones” (p.348).

Como colofón, tan sólo decir que Inés y la aegría se lee muy bien y, además, incita a la reflexión y a la indagación. Delectare y docere como mandan los cánones".





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