martes, 2 de febrero de 2010

OLVIDO (1ª entrega)

OLVIDO
(Relato: 1ª entrega. Por Ramón Acín)

Fue algo sonado. Y noticia destacada en infinidad de periódicos. Incluso abrió varios telediarios que recogían, con fotografía en primer plano, el lado más tétrico: "descubierto un cadáver en pleno centro de la ciudad. Parece ser que llevaba muerto algo más de tres meses. De su cuerpo tan sólo quedaban los huesos".
En el barrio supuso todo un acontecimiento. Durante varias semanas, fue habitual alimento del vecindario. En concreto, hasta el día en el que la policía dejó de acudir. O de merodear por el lugar de los hechos, tal como apostillaban algunos suspicaces, a medio camino del desprecio y la admiración. Al parecer la policía optó por el carpetazo a un asunto que le abrasaba. Entre tanto, las suposiciones dieron mucho de si. Nada como la sangre y la rareza para levantar pasiones. Así se llenaba en el barrio los inmensos huecos del hastío que dejaba el paro. Incluso, muchos la carcoma olvidaron del hambre. La imaginación tapona el tedio.
Mientras duró el revuelo, todos se afanaron como un narrador de las mil y una noches. Se luchó a a brazo partido por mantener la atención de un auditorio fiel, superando al adversario a golpe de invención, espulgando cialquier impericia y evitando despistes. En el tedio siempre gana terreno la gloria del momento televisivo. Pulularon los corros y, aunque se diera algún intercambio entre ellos, lo normal fue que sus componentes permanecieon fieles al narrador escogido. Sabían que, a su fidelidad, se respondía con la agudeza y concentración de su contador. De esta forma tonta, el barrio vivió un tiempo sumido en la ficción. Con una intensidad tal que alcanzó de nuevo la fama y otra vez fue noticia. Un par de cuenta-historias espontáneos consiguieron acaparar cientos de seguidores y enhebraron por escrito sus historias. Con el antagonismo como bandera. Como auténticos hinchas de fútbol. Digno de ver. Al menos, para un extraño como yo.
El resto de cuenta-historias, que los hubo, renunciaron pronto. No todo el mundo está dotado para desempolvar las telarañas de su magin. Resistieron quienes, a la postre, tenían madera de narradores. En el barrio se necesitaban historias para matar el tiempo y hasta podría pensarse que daban sentido al vacío de la vida. Al vecindario, si algo le sobraba era tiempo. Necesitaban de las palabras para engañar a la vida.
La noticia fue que el fiambre había muerto como un perro. Sólo. Sin auxilio. Eso se comentaba, desconociendo lo sucedido. Qué más daba. También la policía –de nuevo, su impotencia era también ineficacia- pensó que el caso era ajeno al barrio, habitado por ancianos. Sin embargo, la inmensa esquela aparecida en la página impar del periódico local, afirmaba que el fiambre de marras había muerto "reconfortado con los auxilios espirituales". Alguien estaba detrás de todo. Y, por tanto, de muerte. El misterio aleteó con fuerza. Se habló de maltrato, de palizas y de sangre. Abundaron historias de ancianos apalaeados sin motivo. “Esos cabezas rapadas o un bromista cabrón", sentenció mi primo, dándoselas de ocurrente sabelotodo -nunca cambiará, el pobre-…
(continuará)

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