sábado, 19 de septiembre de 2009

PERVIVENCIA DEL SUEÑO (2)


PERVIVENCIA DEL SUEÑO
(Hiperbreve por entregas. Parte III)


Temía entrar en la ducha. Y, cuando lo hacía, se pegaba siempre a uno de sus rincones, apoyando su cuerpo contra la pared, casi hasta formar parte de ella. Como en posición defensiva. Simulando a un boxeador que se prepara para esquivar el golpe que, de un momento a otro, sabe que va a llegarle.

Había soñado con un tajo seco, de arriba abajo, desgarrándole el tórax. Como los cerdos colgados en el matadero, abiertos en canal. Y veía su sangre saliendo violentamente. Cayendo a borbotones. En cascada. Y luego, mientras respiraba con dificultad, veía también cómo todo su cuerpo se desinflaba. Igual que un globo. Hasta quedar hecho un pingajo. Arrugado. Convertido en una masa informe y rojiza que ya nadie reconocía a pesar de estar gritando a todo cristo su identidad. Hasta desgañitarse. Con todas sus fuerzas.

Por ello, cada vez que entraba en la ducha, se enjabonaba con rapidez y vertía el agua sobre su cuerpo manteniendo los ojos desmesuradamente abiertos. Aguantando el escozor del jabón y el golpeteo del agua. Como defendiéndose con afán ante lo desconocido o por venir. Escrutando el mínimo centelleo o el más imperceptible cambio de luminosidad.

Ésa fue una de las causas -lo dijo su médico- por las que se había destrozado la vista. Casi hasta quedarse ciego. En apenas unos pocos años. Aunque era todavía joven -eso también le dijo el oculista-, era ya un caso aparte, perdido y sin remedio.
Verdaderamente, sus ojos de pez producían un pánico enorme a cualquiera que osase mirarlos. Tal vez por ello se había convertido en un solitario. En contra de sus deseos.

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