martes, 21 de abril de 2009

MADRECITA ( DEL ALMA)

A pesar de que todavía no ha pasado mucho tiempo, ya tengo problemas con ella.

 

Para mí, su silueta tiene la forma de la cama, en las sábanas blancas con un olor reconcentrado a medicinas. La habitación en penumbra. Adivino también su delgada  esfinge del color de la cera más rancia. En semipenumbra. Atrapada por un aire de plomo, tumbada con indolencia. Y, sin duda, postrada por el dolor.

 

A su lado, me veo joven, enclenque, jurando promesas salpicadas de hipidos mientras me sorbo la nariz. Poco más.

 

El  primer  aviso apareció de improviso –dolor y dolor-. Sin venir a cuento, enronqueció el meloso sonido de su voz, dejé de recordar la suavidad de sus manos y, sobre todo, la olorosa sedosidad de unos pechos que inundaban de calor mis mejillas.

                    

Después, sin  apenas darme cuenta,  los contornos se deshilacharon y perdieron volumen -nerviosismo, incertidumbre-.

 

Desde entonces, es evanescencia. Poquita cosa. Nada. Y, por supuesto, es menos mía y, también, menos real. “Menos”, esa es la palabra que define a mi mamá –sufrimiento, llanto-.

 

Si no fuera porque mis ojos sí la vieron, dudaría de los dedos de falanges quebradizas que acariciaban –en realidad, alisaban- mi hirsuto cabello, agradecido y rebelde a su tacto. Hoy, cuando el recuerdo, trabajoso, lucha por permanecer, sólo mis cabellos vuelven a erizarse. Todo lo demás semeja estar igual de enterrado. Y, únicamente, para aliviar el empalamiento del dolor -esa estaca que nace en un lugar indefinido de mi cuerpo y trepa alocadamente por él, de abajo arriba-, me refugio en un viejo álbum que ni siquiera da para reconocerme.

 

Sucede así, aunque sede. El tiempo actúa devorando a su hijo. Tan feroz como en el cuadro de Goya. Me crujen las carnes ante el cruel mordisco. Y se escapa mi sangre. O me deshago en aire. Porque sé -de esto sí soy muy consciente- que no reconocerse uno mismo es como no ser nadie. Y mi madrecita es aire. Aire que se aleja. Con rapidez. Hacia lo desconocido.


Ramón Acín

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