miércoles, 18 de marzo de 2009

Descargo de conciencia

Ramón ACÍN

Tenía siete años cumplidos, casi ocho. Ése fue el

principio: Locura de amor. Que, ¡vaya película! Por

favor, si quiere que se lo cuente todo, no me interrumpa.

Deje que mi memoria se deslice. Suave y lentamente.

Verá, me veo oculto en la cabina de proyección.

Como Totó en Cinema Paradiso. Y mantengo cierta

complicidad con Manuel, mi peluquero que se pelea

a muerte con los rollos de Juan de Orduña mientras

maneja la máquina de proyección. La misma

complicidad que Salvatore (Totó) tiene con Alfredo. El

cine, doctor, como la literatura, puede ser todo aquello

que hay entre los ojos y la vida. Hágame caso: oídos

sordos a los chimes que le cuentan de mí. Qué importa

que yo vaya por ahí blandiendo el sable del general

Custer para defender el estandarte del Séptimo de

Caballería y que, a la vez, me interese por la furia de

Toro Sentado. Pese a cuanto digan, nada de malo hay en

compartir angustias con Tippi Hedren en Los pájaros,

o cuando, acongojado, dejo volar mi imaginación

mientras afirmo, cual Bela Lugosi, que “Soy Drácula,

soy el murciélago”. Sí, es cierto, también me encanta

parodiar las payadas que el huerfanito Coogan hace

con Chaplin en El Chico y, por supuesto, desearía

que se cumpliese mi encuentro con Los invasores.

Además, a usted que más le da cuando, acompañado

de Chita, liana tras liana con el deseo rezumando, vaya

a la busca y captura de la estilizada Jane o que sueñe

con salvar a Ann de las peludas zarpas de King Kong.

¿Nunca se enamoró en el cine? Ni siquiera, de

la Divina Garbo en Ninotchka. Le enumero, simplemente algún

amartelamiento de los míos. Vaya tomando nota. Desde la

malévola y televisiva Morticia de La Familia Adams a mis

atléticas y encueradas Barbarella (Jane Fonda)

o Tina Tarner (en Mad Max), todo un batallón.

Sí, una larga lista: mi Cleopatra-Elizabeth Taylor, Marlene Dietrich cuando

conoce al reprimido e inocente profesor

Rath (El Ángel Azul), María Félix siendo la disoluta

Messalina, Lana Turner, seductora,

poniéndose a cien en El cartero siempre llama dos

veces… A ver, hagámoslo más divertido, juegue conmigo,

ponga título y recuerde escenas: ¿Lauren

Bacall?, ¿Rita Hayworth?, ¿Sharon Tate?,

¿Natacha Kinski?, ¿Sharon Stone?, ¿Susan

Sarandon? ... No quiere. Déjese de bobadas.

Doctor, ser es implicarse. Y no es fácil salir

indemne.

¿Qué el amor provoca envidia y desamor?

¿Esquizofrénico yo? Olvídese. Claro que me

gusta, en la India de Kim, tocar el cornetín

de Los lanceros bengalíes, defenderme con

Charlon Heston de los bóxers mientras le

echo el ojo a Ava Gardner todos los 55 días

en Pekín y ser Errol Flynn, en el boscoso Sherrwood

del XII, apechugando con la tiranía del príncipe Rains.

A ver, dígame, por qué he de desdeñar los sinsabores

sin horizonte de Espartaco o no morir, como Leónidas,

cerrando a los persas el estrecho de Las Termópilas.

La muerte con honor, cuando se es niño, aunque roe

como una rata, también atrapa y deleita. Por eso, claro,

ni Ben-Hur, pese al jolgorio de los carros en el circo,

ni Quo vadis mellaron mi espíritu. Quizás contengan

demasiada apología religiosa. Sin embargo, le he

de confesar que disfruté –y mucho- en la libertad,

estrepitosa, de Los mares del sur o jugándomela

junto al altivo y generoso C. Gable-M. Brando al

rememorar el motín de la”Bounty”. También le

confieso sin sonrojo que sentí auténtico terror

viajando al pasado de la mano de La Momia-

Boris Karloff o al más allá con Max Schreck

maquillado de Nosferatu. Aunque para

miedos infantiles, La tienda de los horrores.

Casi nada. De sangre, no quiero hablarle. La

sangre me pone enfermo. Al contrario que Jack,

el destripador. Pues eso, pelillos a la mar. A mis amigos

- cada vez, es la verdad, quedan menos- aconsejo

historias que visioné en el ocaso de la adolescencia.

“Disfrutad”, les digo, “con El baile de los vampiros o

reíd, a mandíbula batiente”, apostillo “en El guateque

de Peter Sellers”. Como si todo en la vida fuera felicidad

y apenas unas gotitas de vitriolo. Vitriolo a raudales, por

ejemplo, en La naranja mecánica del amado Kubrick. Ve

doctor qué desorden, qué poco fiel o cuán dúctil llego

a ser. De un lado a otro. De niño a hombre. Pero, si los

marineros dicen tener una mujer en cada puerto, yo me

apunto, a la vuelta de la esquina, película va y película

viene. Qué puede importar la edad.

A ver, conteste con sinceridad, ¿acaso nunca le

apeteció navegar con la calavera y la tibia como

bandera?, ¿tampoco poseer el lado bueno de El hombre

invisible o salvar al mundo a lo Flash Gordon o

Superman? No me diga. Usted sí que es raro. Dudaré,

como dice. Pero sólo de la vida, porque no quiero

dudar del cine. La invención, la fantasía y el espejo

son resortes más que necesarios para que este mundo

parezca más bello. Y, sobre todo, llevadero. Aprendí,

por ejemplo, la maldad de la avaricia asesina buscando

El tesoro de Sierra Madre, la estupidez de la guerra en

Operación Pacífico -¡un submarino pintado de rosa

bastante antes de que Los Beatles cantasen su Yellow

Submarine- y a sobrellevar tragedias con el humor

gracias a El gran dictador... Que le voy a contar, el cine,

doctor ha sido para mi sueño, curiosidad, emoción,

ansiedad, deseo, acción, paz, odio… en las arenas del

desierto, en selvas, trópicos y polos, bajo tierra y más

allá del infinito, dentro y fuera de mi. No estoy enfermo.

Deje ese rollo, doctor. Tan sólo me creo una hormiga

que ha hecho el necesario acopio de imágenes. No es

ninguna locura y mucho menos un pecado –no tengo

sentimiento de culpa-. Quizá, locura de amor. Eso es:

un desvarío amoroso desde los siete años. Y que porfía

como Aurora Bautista –mi rostro de Juana la Locapara

atrapar la rosa de pasión que impide el estulto

enrejado de la vida. Con siete años cumplidos,

nacieron mis dioses, mis médiums, mis

gurús, mis santones –Padres y abuelos levantaron 

a la par el necesario edificio del afecto-. Con ellos

sigo. Déjeme en paz. No me asusta el fango

movedizo ¡Qué bello es vivir!

Domingo, 15 de junio de 2008

DIARIO DEL ALTOARAGON.

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