Ramón ACÍN
Tenía siete años cumplidos, casi ocho. Ése fue el
principio: Locura de amor. Que, ¡vaya película! Por
favor, si quiere que se lo cuente todo, no me interrumpa.
Deje que mi memoria se deslice. Suave y lentamente.
Verá, me veo oculto en la cabina de proyección.
Como Totó en Cinema Paradiso. Y mantengo cierta
complicidad con Manuel, mi peluquero que se pelea
a muerte con los rollos de Juan de Orduña mientras
maneja la máquina de proyección. La misma
complicidad que Salvatore (Totó) tiene con Alfredo. El
cine, doctor, como la literatura, puede ser todo aquello
que hay entre los ojos y la vida. Hágame caso: oídos
sordos a los chimes que le cuentan de mí. Qué importa
que yo vaya por ahí blandiendo el sable del general
Custer para defender el estandarte del Séptimo de
Caballería y que, a la vez, me interese por la furia de
Toro Sentado. Pese a cuanto digan, nada de malo hay en
compartir angustias con Tippi Hedren en Los pájaros,
o cuando, acongojado, dejo volar mi imaginación
mientras afirmo, cual Bela Lugosi, que “Soy Drácula,
soy el murciélago”. Sí, es cierto, también me encanta
parodiar las payadas que el huerfanito Coogan hace
con Chaplin en El Chico y, por supuesto, desearía
que se cumpliese mi encuentro con Los invasores.
Además, a usted que más le da cuando, acompañado
de Chita, liana tras liana con el deseo rezumando, vaya
a la busca y captura de la estilizada Jane o que sueñe
con salvar a Ann de las peludas zarpas de King Kong.
¿Nunca se enamoró en el cine? Ni siquiera, de
la Divina Garbo en Ninotchka. Le enumero, simplemente algún
amartelamiento de los míos. Vaya tomando nota. Desde la
malévola y televisiva Morticia de La Familia Adams a mis
atléticas y encueradas Barbarella (Jane Fonda)
o Tina Tarner (en Mad Max), todo un batallón.
Sí, una larga lista: mi Cleopatra-Elizabeth Taylor, Marlene Dietrich cuando
conoce al reprimido e inocente profesor
Rath (El Ángel Azul), María Félix siendo la disoluta
Messalina, Lana Turner, seductora,
poniéndose a cien en El cartero siempre llama dos
veces… A ver, hagámoslo más divertido, juegue conmigo,
ponga título y recuerde escenas: ¿Lauren
Bacall?, ¿Rita Hayworth?, ¿Sharon Tate?,
¿Natacha Kinski?, ¿Sharon Stone?, ¿Susan
Sarandon? ... No quiere. Déjese de bobadas.
Doctor, ser es implicarse. Y no es fácil salir
indemne.
¿Qué el amor provoca envidia y desamor?
¿Esquizofrénico yo? Olvídese. Claro que me
gusta, en la India de Kim, tocar el cornetín
de Los lanceros bengalíes, defenderme con
Charlon Heston de los bóxers mientras le
echo el ojo a Ava Gardner todos los 55 días
en Pekín y ser Errol Flynn, en el boscoso Sherrwood
del XII, apechugando con la tiranía del príncipe Rains.
A ver, dígame, por qué he de desdeñar los sinsabores
sin horizonte de Espartaco o no morir, como Leónidas,
cerrando a los persas el estrecho de Las Termópilas.
La muerte con honor, cuando se es niño, aunque roe
como una rata, también atrapa y deleita. Por eso, claro,
ni Ben-Hur, pese al jolgorio de los carros en el circo,
ni Quo vadis mellaron mi espíritu. Quizás contengan
demasiada apología religiosa. Sin embargo, le he
de confesar que disfruté –y mucho- en la libertad,
estrepitosa, de Los mares del sur o jugándomela
junto al altivo y generoso C. Gable-M. Brando al
rememorar el motín de la”Bounty”. También le
confieso sin sonrojo que sentí auténtico terror
viajando al pasado de la mano de La Momia-
Boris Karloff o al más allá con Max Schreck
maquillado de Nosferatu. Aunque para
miedos infantiles, La tienda de los horrores.
Casi nada. De sangre, no quiero hablarle. La
sangre me pone enfermo. Al contrario que Jack,
el destripador. Pues eso, pelillos a la mar. A mis amigos
- cada vez, es la verdad, quedan menos- aconsejo
historias que visioné en el ocaso de la adolescencia.
“Disfrutad”, les digo, “con El baile de los vampiros o
reíd, a mandíbula batiente”, apostillo “en El guateque
de Peter Sellers”. Como si todo en la vida fuera felicidad
y apenas unas gotitas de vitriolo. Vitriolo a raudales, por
ejemplo, en La naranja mecánica del amado Kubrick. Ve
doctor qué desorden, qué poco fiel o cuán dúctil llego
a ser. De un lado a otro. De niño a hombre. Pero, si los
marineros dicen tener una mujer en cada puerto, yo me
apunto, a la vuelta de la esquina, película va y película
viene. Qué puede importar la edad.
A ver, conteste con sinceridad, ¿acaso nunca le
apeteció navegar con la calavera y la tibia como
bandera?, ¿tampoco poseer el lado bueno de El hombre
invisible o salvar al mundo a lo Flash Gordon o
Superman? No me diga. Usted sí que es raro. Dudaré,
como dice. Pero sólo de la vida, porque no quiero
dudar del cine. La invención, la fantasía y el espejo
son resortes más que necesarios para que este mundo
parezca más bello. Y, sobre todo, llevadero. Aprendí,
por ejemplo, la maldad de la avaricia asesina buscando
El tesoro de Sierra Madre, la estupidez de la guerra en
Operación Pacífico -¡un submarino pintado de rosa
bastante antes de que Los Beatles cantasen su Yellow
Submarine- y a sobrellevar tragedias con el humor
gracias a El gran dictador... Que le voy a contar, el cine,
doctor ha sido para mi sueño, curiosidad, emoción,
ansiedad, deseo, acción, paz, odio… en las arenas del
desierto, en selvas, trópicos y polos, bajo tierra y más
allá del infinito, dentro y fuera de mi. No estoy enfermo.
Deje ese rollo, doctor. Tan sólo me creo una hormiga
que ha hecho el necesario acopio de imágenes. No es
ninguna locura y mucho menos un pecado –no tengo
sentimiento de culpa-. Quizá, locura de amor. Eso es:
un desvarío amoroso desde los siete años. Y que porfía
como Aurora Bautista –mi rostro de Juana la Locapara
atrapar la rosa de pasión que impide el estulto
enrejado de la vida. Con siete años cumplidos,
nacieron mis dioses, mis médiums, mis
gurús, mis santones –Padres y abuelos levantaron
a la par el necesario edificio del afecto-. Con ellos
sigo. Déjeme en paz. No me asusta el fango
movedizo ¡Qué bello es vivir!
Domingo, 15 de junio de 2008DIARIO DEL ALTOARAGON.
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