DESERCIÓN MÚLTIPLE (*)
Ramón Acín
“La vida de un motor
depende del combustible” (p.268) afirma en una de sus metáforas el
narrador de Los desertores,
la última novela de Joaquín Berges (Zaragoza, 1965) mientras va
desgranando las peripecias y adversidades de Jota, el protagonista
clave de una de las tramas narrativas. Y es verdad, cualquier vida,
para proseguir en su avance, necesita “combustible” y si éste es
de mala calidad, escasea o se acaba, el rumbo de la vida languidece
por lo general en el imprevisto. De eso trata, precisamente, Los
desertores, una novela que
compagina, como mínimo, dos momentos históricos que, con un
interregno de casi cien años entre ambos, ahondan paralelamente en
el tema del abandono y sus múltiples caras: abandono de la vida
tocada en suerte, de la palabra dada o juramentada, de la
profesión...e, incluso, hasta de los sentimientos.
Abandonar
es desertar del camino trazado, heredado o elegido. Desertar es
hacerse invisible ante los demás, aislarse del presente, vivir lejos
de la compañía adecuada o encerrarse en sí mismo, abrazando un
juego de mentiras y chantajes que siempre lleva directo al fracaso.
Acertó el escritor Miquel Martí i Pol cuando afirmó que “la
verdadera muerte es desertar”. Por eso, la novela de Joaquín
Berges contiene muchos más desertores que los dos desertores
históricos que, al principio, el lector imagina cuando se enfrenta a
la lectura y aquí reside uno de los grandes logros de Berges, porque
cada personaje conlleva sorpresas ocultas a su costado.
Los desertores
está construida sobre un aséptico (en principio) quicio de un
viaje. Un viaje duplicado. Uno, por la Historia (tanto en la
vertiente universal de la I Guerra Mundial que desemboca en lo
individual, caso de Alfred, el soldado desertor) y, otro, sobre un
viaje personal, el que conforma el desplazamiento que llevará a cabo
el personaje Jota (la vida misma, no olvidar, siempre es viaje). Son
dos cimientos estructurales a tener muy presentes en la lectura de la
novela, porque ambos destilan enseñanza y permiten la comprensión
final de los varios temas que se cobijan en su interior.
El
viaje por la Historia traslada al lector hasta el epicentro de unos
sucesos verdaderos, trágicos y claves para la humanidad. Sucesos que
enmarcan acontecimientos de la I Gran Guerra y, más en concreto, en
algunos de los que acaecieron en la famosa“tierra de
nadie”de la larguísima
batalla del Sonme, donde los muertos se multiplicaron por millares,
dados los abundantes ataques y contrataques de la inamovible lucha de
trincheras. Son sucesos que Joaquín Berges encuadra a la perfección
mediante un riguroso uso de la disciplina histórica (los fragmentos
marcados mediante numeración romana), a la par que, después,
consigue matizarlos con la proximidad que destilan las cartas que los
soldados escriben a sus familiares (como Alfred a su padre) y con los
poemas con los que esos los soldados desahogan sus cuitas ante una
guerra sin sentido, cruel, ominosa y engullidora de vidas.
Por
su parte, el viaje físico (el que Jota lleva a cabo a lomos del
camión conducido por la aguda Geike), además de una traslación
física en el espacio, supone un descenso a los infiernos interiores
del protagonista. Infiernos plagados también de una sustancia
trágica similar a los bélicos de la I Guerra Mundial (en la medida
individual y no universal, aunque finalmente acaben funcionando de
igual manera). Porque el vacío, la soledad, el remordimiento y otros
muchos padecimientos similares afloran con fuerza. Es decir, tanto la
Historia colectiva como la vida individual hablan de deserción, de
abandono, de claudicación... ante las fuerzas de una existencia que
siempre está presidida por el azar y sus imponderables.
Si
la Gran Guerra, cuando estalla en 1914, hace pensar a quienes
alegremente se enrolan en el ejército que van a “una gran
aventura” (basta observar el flujo de ingleses, irlandeses,
australianos, neozelandeses, sudafricanos e, incluso, gentes de
Terranova, por poner un ejemplo) donde triunfa el sentimiento de
hermandad, previa a su caída posterior en el vacío existencial y el
sinsentido, el viaje de Jota y su ausencia también lleva directo a
otra sinrazón azarosa: la de unos comportamientos familiares que se
desparraman por la historia (en este caso, con minúsculas)
narrativa. Con ello, el pasado y el presente, colectivo e individual,
familiar y personal, se mueven en un eje común y dialogan entre sí
para dar algo de luz al ser humano. Ésa es la clave de Los
desertores: analizar las
carencias que nos definen y que nos edifican para, tal vez, tras
observarlas, poder enfrentarnos a la incertidumbre de la vida en la
que estamos imbricados y de la que desertamos. De ahí que, en Los
desertores, todos los personajes
que aparecen en la historia se enzarcen en una explicación y
búsqueda de sentido a la existencia.
Si
interesante es el uso constructivo de la fragmentación mediante la
que Joaquín Berges consigue los objetivos que se acaban de señalar,
también lo son los esqueletos basados en el hibridismo genérico en
el que cimenta su narración (indicios de novela histórica o de
cierto suspense, por ejemplo). Una fragmentación narrativa que
permite la existencia de un inmneso puzzle de momentos alternantes
que el lector debe unir continuamente hasta completar la historia
final. Una acción lectora que, además, debe ser llevada a buen
puerto en cada una de las varias historias que protagonizan los
distintos personajes de la novela. Especialmente en lo que concierne
al grupo familiar y amistoso de Jota que despliegan historias que
desde el presente retrotraen al pasado con todo su haz ramificador.
¿Qué enfermedad aqueja a Juana, la madre de Jota? ¿Qué lleva Jota
a abandonar trabajo y familia y lanzarse a un viaje por Francia?
¿Que se encierra detrás de la sumisión y obediencia de Hache? ¿Por
qué Carol, hermana de Jota, no desea ver a su padre? ¿De dónde
viene y qué esconde la pasión bélica del padre de Jota?...Los
interrogantes son permanentes, con cada personaje y abren espitas de
existencia novedosas, llenas de duda y necesidad de saber, lanzando a
la novela por derroteros impensados que se llenan de perspectivas y
que, a la postre, dibujan la multiforme faz de la existencia,
profusa, además, en aristas. La novela, conforme avanza engorda en
personajes y, con ellos, se sazona de vida y de temas.
Por
eso en la novela cabe desde la violencia al amor y, entre medio, un
enorme arco iris donde asoma el odio, la traición, el engaño, el
desamor, la amistad, la sumisión, el dominio, el dolor, la culpa...
y el sentimiento de la muerte. En suma, 282 páginas con historias y
temas para saborear con fruición y calma en una prosa que absorbe y
agrada. Y 282 páginas que incitan a mirar la vida desde otras
perspectivas para aprender a tener valor frente a los sinsentidos y
absurdos que impone la realidad y que obligan, también, a mirar de
cara la verdad de ser uno quien es y no el dibujo que imponen los
demás.
Los
desertores. Joaquín Berges. Barcelona, Editorial Tusquets, 2018,
282 pp.
(*) Publicada en Revista TURIA, nº 131.
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