VIDAS QUEBRADIZAS por Ramón Acín
La vida, encrucijada múltiple y
misteriosa, ha sido siempre el quicio más utilizado, incluso básico, por el que
tienden a moverse las historias narrativas de Soledad Puértolas. Otro tanto sucede en la última entrega El fin, pues, en casi todos los once relatos
que la componen, como mínimo, al desciframiento del dilema existencial dedican
la mayor parte de sus esfuerzos los personajes protagonistas de los mismos. Y,
como ya es habitual, en esa necesidad y búsqueda de aclaración o desciframeinto
vital adquieren enorme importancia el enfoque y posterior desarrollo de ciertos
detalles, mínimos en apariencia, cotidianos e, incluso, triviales, que, sin
embargo, finalmente clarifican de manera casi total el dibujo máximo de la
existencia. En ellos, estos variados escollos externos, motivos de confusión,
suman sus fuerzas a la hoguera interna que habita en los personajes y hacen
que los sentimientos y las sensaciones
bullan ante el embate de incertidumbres y angustias. Ello es así gracias a la
ya demostrada capacidad de Soledad Puértolas para condensar atmósferas de
latente inquietud, pobladas siempre de silencios y entreveradas de suposiciones
que, a la postre, consiguen intuir –cuando no, plasmar- una imagen de la
complejidad del mundo y los límites de la condición humana.
Por eso, en El fin puede suceder que el azar, acompañado del misterio en varias
direcciones, proporcione durante una travesía nocturna el encuentro entre dos
personas que destilan soledad a raudales dentro de un espacio urbano repleto de
cotidianidad (“Películas). O puede ser que la curiosidad –con sus fases de
fisgar, escuchar y elocubrar- empuje sinuosamente a unos seres hacia un
contacto de aproximación y de posterior actuación en medio de un recóndito
entorno natural (“La mano en el aire”). O que la curiosidad, el miedo y la
aprensión conformen un trío idóneo para desencadenar, en el contorno de un
Madrid bastante pormenorizado, el desarrollo de unos sucesos capaces de mostrar
lo “amplio y complejo que es el mundo” antes de asistir al inesperado giro final del
relato “El caballero oscuro”. O que la normalidad, con todo el conjunto de
señales que trazan el territorio del existir cotidiano, se quiebre de pronto y
que, con tal ruptura, se vayan al traste todas las barreras de protección con
las que los protagonistas de la historia narrada intentaron evitar que la vida acabase
en un volcán. Al menos, algo de ello subyace en la evocación del pasado amoroso
–o en la engañosa realidad de la memoria sobre ese pasado amoroso- que da pie
al relato “El Dandi”. O, también, resulta que el lector observe como la vida y
las cosas que le dan su hechura y conformación pueden o pudieran haber sido -o
sucedido- de otra manera a la que se plasma cuando observa la historia de
tozudez –¿locura o no locura?- de una mujer que dibuja una mesa (“Mesas”)… En suma, la vida, siempre la vida, emergiendo con
potencia sobre actos cotidianos que llevan a quien se acerca mediante su
lectura, entre interrogantes y deseo, hacia a la reflexión, pero sin dejar de
lado al deleite.
A veces,
esta clarificadora visión de la vida aparece como telón de fondo de los relatos
de Puértolas, con su pluralidad de perspectivas, por lo general distintas a la
querida o buscada, y, sin embargo, sincronizadas todas con la marcha del mundo
envolvente, junto a la nostalgia del pasado y caminando con los miedos a todo
cuanto pueda deparar el porvenir (“Viejos amigos”). Otras, al lado del intento
de borrar la vida o de alejar su dibujo poco grato, la existencia personal
aparece intensa cuando los personajes intuyen lo inaceptable y lo siniestro de
ésta, o cuando los asuntos de la misma les
inquietan sobremanera dentro de su inmenso y desconocido escenario. Frente a
ello, como mejor virtud y defensa, el contrapunto de la serenidad para así
apaciguarse, para dotar de comprensión a la realidad vivida de forma obligada y
para aceptar la fragilidad humana (“Las tres gracias” y ese interesante” dar,
recibir y devolver” que surge de la explicación del cuadro de Rubens). O,
también, la necesidad de vivir en una especie de muerte como la mejor forma de
vivir, tal como sucede en “Tres piezas breves”, un relato repleto de recuerdos
que llegan desde el pasado -o mundo muerto- como jirones de vida acabada. En
otras ocasiones, se da cuerpo a la fiereza de las apariencias que, por lo
normal, van siempre por delante de la realidad. Ésa es la historia central del
relato “Canciones mexicanas”, lleno de varios hilos tangenciales que más afluir
hacia el lecho común del mismo, tienden a secarse poco a poco, borrando los
detalles con los que se puede saber y
conocer. O, entre otras posibilidades narrativas más, la sensación de
acabamiento (“El fin”) cuando el mundo cambiante se escapa del control.
Por
último, junto a la plural visión acerca de la vida precaria, inestable y
quebradiza que asoma en los relatos mencionados, El fin contiene también otro tipo de perspectivas como la ofrecida
por el relato “Laureles” que centra su intensidad en lo crítico, sin olvidar
gotas de ironía, al retratar ciertos aspectos del mundillo literario. El
calvario sufrido por Jeremías con su discurso en la Feria del libro de su
ciudad natal va acorde a la precariedad –esta vez también monetaria y cultural-
del territorio en el que se mueven los personajes.
Como ya
es habitual, en El fin, Soledad
Puértolas posa su aguda mirada en detalles mínimos que, sin embargo, poseen la
capacidad de encuadrar una imagen gobal y explicativa, y en la que la abundante
tendencia a un uso de la sugerencia jamás acaba reñida con la precisión del
resultado final. Todo un acierto que deriva de la minuciosidad del tratamiento,
del dominio tecnico de los armazones narrativos y, sobre todo, del conocimiento
y buen uso del lenguaje.
El fin. Soledad Puértolas. Barcelona, Ed. Anagrama, 2015, 165 pp.
Publicado en TURIA, nº 116. Noviembre, 2015.
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