ORDESA Y SUS CATARATAS (*)
por Ramón
Acín
“No
entendí la vida”es una de las primeras frases sustanciales de
Ordesa, la última
gran novela de Manuel
Vilas. Frase que, en la página siguiente se complementa con otra,
también muy explicativa: “sólo escribiendo podía dar salida a
los mensajes oscuros que venían de los cuerpos humanos, de las
calles, de las ciudades, de la política, de los medios de
comunicación, de lo que somos”. Ambas las pronuncia el narrador
tras “el desvanecimiento general de las cosas”. Desde el inicio,
el narrador o confidente avisa que persigue la explicación de un
enigma, que busca indagar en lo misterioso y lo azaroso que rodean su
vida, y que, por tanto, ahí está, precisamente, la raíz de la
pulsión creativa que da origen y sostiene la novela. Pero, pese a
esta confidencia íntima (o aviso), en apariencia tan aclaratoria, la
novela se interna, a cada nueva frase, por multitud de inesperados
caminos, llenos de interrogantes, a veces veces sin remate concreto a
conciencia, incitando así a la reflexión personal del lector. En
consecuencia, al leer Ordesa, debemos
estar prevenidos, y, por supuesto, atentos a casi todo cuanto el
narrador, en múltipes direcciones, va indagando y exponiendo.
¿Qué
es Ordesa, qué
pretende, qué indaga, qué contiene...? La respuesta a tanto
interrogante es compleja. Lo sencillo sería afirmar que es una
novela que abarca la totalidad de la vida, pues, trata tanto del ser
humano en su totalidad, como qué, dónde, cómo o por qué se
acciona la vida de ese ser humano. Es decir que, al tiempo que en el
plano general de la narración es una crónica íntima (o una crónica
de orfandad emotiva y dolorosa) y una crónica de la clase media en
un espacio y un tiempo concretos (desde los años 60 del siglo XX
hasta hoy día, a través de la desgarradora fotografía familiar de
dos generaciones como mínimo), es también una búsqueda múltiple
de lo esencial del ser humano, desde el desarraigo familiar a la
celebración de la vida, desde el dolor y la muerte al amor y la
paternidad, entre otros muchos aspectos.
Ordesa
arranca con el doloroso impacto que supone la pérdida física y
referencial de la madre (2014), cuya muerte se asienta y se suma a la
muerte del padre acaecida una década antes. A partir de ese
momento, a golpe de recuerdos fragmentarios y azarosos, se
bucea en la Historia y en el
pasado, tanto en la íntimidad como en la colectividad, porque somos
sólo memoria (un buceo no con el fin de “enjuiciar lo que pasó,
sino narrarlo o decirlo” como muy bien apuntilla el narrador). Se
recorren paisajes íntimos que sirven de acomodo a acontecimientos
(la fisicidad de Barbastro o Zaragoza) o son metafóricos (la
imutabilidad aparente de las montañas de Ordesa). Se indaga en la
problemática de la trascendencia lejana (ancestros) y próxima o
futura (hijos), y en la familia como institución y como relación
interpersonal, además de la importancia y de las consecuencias que
conlleva el silencio o el callar el pasado familiar. Se interroga
ante el dolor de la ausencia y de la desaparición desde el
desamparo, sin obviar el amor que asimismo destilan esa ausencia y
desaparición. Se hurga en el tiempo y su capacidad destructiva. O,
entre otras varias perspectivas más, se intenta encontrar la
identidad de lo que somos y porque somos de una u otra manera en el
oscuro túnel de la existencia.
Junto
a todo ello, todavía se pueden encontrar otros aspectos de interés.
Por ejemplo, la visión que el narrador expone acerca de la misma
literatura y no sólo como una fértil vía para leer y entender el
mundo, sino, incluso, como modelo de escritura (Ordesa
actúa como la madalena de Proust) o como acertado escape humorístico
frente a la enorme transcendencia del resto de los temas con los que
se edifica la novela (remito a los comentarios acerca de las frases
que analizaba el narrador ante sus alumnos o a anécdotas como la del
Coliflor). Y todo visto en amarillo, el color de la locura y de la
muerte cuando se escruta la vida y se va en busca de la verdad. En
suma, Ordesa es el
deseo, confesado por el narrador, de encontrar sentido a todo el
amasijo de aspectos vitales que nos conforman y de encontrar la
verdad que los sostiene. También, por lógica, de encontrarse uno
mismo y de comprenderse, sabiendo que la vida “está vacía, muy
vacía de si misma”.
Como resultado: una novela total y,
como tal, con un andamiaje capaz de aunar todos los géneros
literarios existentes en pos de en una misma finalidad y sin
necesiadad de delimitar sus fronteras. Una novela que convierte lo
cotidiano más allá de novelable, porque hasta la rutina adquiere,
por su capacidad explicativa, una condición épica. Lo cotidiano en
Ordesa puede devenir
en grandioso, ser
incluso grandioso, porque puede llegar a contener la esencialidad y
la transcendencia (remito, por ejemplo, a esa maravillosa capacidad
expresiva y explicativa que poseen los objetos en la novela: los
coches, electrodomésticos, los pisos, la bañera, las cremas...). Y,
por supuesto, una novela catártica, tanto para Manuel Vilas, como
autor que hace descargo de conciencia (tal vez la culpa también sea
otro de los motores que acciona la creación, al lado de la necesidad
de saber), como para el lector en su más que probable
identificación. Ordesa traduce
la vida y la traduce nos sólo en lo íntimo, vivencial y social,
también en lo que no existió o pudo ser.
Por eso, creo que Ordesa es
la obra que culmina la ya fecunda trayectoria del autor (hay mucha
intertextualidad en la obra de Manuel Vilas y Ordesa,
sin duda, es el mejor exponente, y no sólo por la visible
complementación entre prosa y el ramillete de poesías, tan
explicativas, que cierran el grueso círculo temático y vital
expuesto en la novela) mostrando la profundidad reflexiva y la
prodigiosa maquinaria narrativa mediante una escritura que lo tiene
todo: desgarro, confesionalidad, emoción, dolor, impacto,
meditación... junto a una acertada brevedad. Una escritura que,
además, casi siempre aboca al disparo a bocajarro y directo al
corazón. No obstante, frente a tanta seriedad, la maestría de Vilas
también posibilita la presencia del humor gracias a anécdotas y a
golpes de efecto que aminoran la crudeza del texto. Un crudeza que
está ahí, junto a nosotros, dentro de nosotros y que es nuestra
para siempre.
Manuel Vilas. Ordesa.
Madrid, Alfagura, 387 pp.
(*) Revista Turia, nº 127. Junio/octubre, 2018.
(*) Revista Turia, nº 127. Junio/octubre, 2018.
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