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-El viaje del anarquista, de
Elifio Feliz de Vargas. Zaragoza, Ed. Rasmia, 2018.
por Ramón Acín
Antes de comenzar, contra lo que es habitual en una reseña al uso,
animo sin tapujos a leer El viaje del anarquista de Elifio
Feliz de Vargas, una novela sencilla y fácil en apariencia que, sin
embargo, es portadora de un contenido grueso y jugoso. Un contenido
que el autor ha sabido armar de forma soberbia mediante la
combinación de tres líneas de comunicación narrativa: una voz
omnisciente junto a dos voces complementarias, que surgen desde la
misma trama de la novela (especialmente suculenta es la voz de El
Raidera, un personaje sacado de la entrañas de la tierra y
fácilmente encuadrable en un tremendismo popular) proporcionando
así amplitud perspectiva a la historia narrada. Y al lado de estas
voces, otras apoyaturas muy conseguidas que traen ecos de más voces
gracias al subterfugio de las cartas cruzadas entre el protagonista
(Francecs Casals/ Pere Munar/Cincojos) y su tío y tutor (Remigi
Casals) quien a su vez todavía da pie al eco de más voces posibles
(la tía Neus Espona).
Ayuda también en la asimilación del mencionado contenido (grato y
jugoso, no se olvide) el fragmentarismo de los capítulos marcados
por la brevedad y la concisión de datos (siempre en busca de lo
esencial y abandonando lo superfluo, reiterativo o fácilmente
sospechado por el lector). Ayuda, por supuesto la hábil
intercalación de historias comunicadas por voces tan distintas y
métodos como las cartas. Y ayuda asimismo la complementación que el
autor busca conseguir con la actividad a la que somete, sin notarse,
al lector, cuando quiere y busca se sugerente y evita lo explícito.
Lo esencial como fuerza y como aliento narrativo es uno de los logros
de Elifio en esta novela como lo es también el taller literario que
ha despegado. En sí mismo uno de los primeros logros (entre los
varios que acumula la novela) a destacar.
He dicho que El viaje del anarquista
atesora un contenido grueso y jugoso. Y es así porque éste se
dispara en varias direcciones, más apoyado en las sugerencias que en
las evidencias. Una apuesta, la del uso de la sugerencia, que empuja
a la ya mencionada actividad del lector para que éste llene y
rellene los huecos dejados a propósito por el autor que, a la hora
de narrar, busca más la tensión que el documento y la descripción
(que los hay).
Contenido grueso por abundante, pues, junto al guión centrifugador y
envolvente que dibuja el sentir de la época y el espíritu de la
misma (el anarquismo de principios de siglo) en su choque frontal con
el orden establecido, Elifio Feliz de Vargas ha sabido superponer
otros aspectos de interés que aumentan el estruendo de ese choque
frontal que a la postre es lo que en verdad cuenta y atrapa en la
novela. Me refiero, por ejemplo, al contraste de la atmósfera de una
ciudad abierta y en evidente progreso (Barcelona de comienzos del
siglo XX/) frente a la del pueblo y su ruralidad apegada a la
ranciedad de las costumbres tradicionales (Villarluengo). Un
contraste que lleva adosado otros varios, apenas explicitados, como
por ejemplo los aires de libertad y abertura de ideas frente a la
oclusión de la tradición y del pasado. Y también la luz de la
costa frente a la bruma del interior. Con todo ello, Elifio dibuja a
la perfección el marco sobre el que se situá la historia, quedando
de todo precisado, al tiempo que da fe de la realidad histórica de
la España en la primera década del siglo XX. Y, en concreto:
Nacimiento y auge del anarquismo, bajos fondos de una urbe, sucesos
de la Semana Trágica, guerra de África, mano de hierro del
gobierno, etc.
Como toda buena novela, el viaje y el cambio de ubicación, es vital.
Un viaje y un cambio forzado por los hechos que responden a la
realidad histórica: el protagonista Francecs Cassals, seguidor de la
ideas anarquistas y maestro de la Escuela Racionalista creada por
Ferrer i Guardia en Barcelona, huye de la ciudad y se dirige a
Villarluego (Teruel) para evitar formar parte de las levas del
ejército que deberá combatir en África. El viaje (lleno de
accidentes) permite además confrontar ambos mundos, sus formas de
sentir la vida, de estar en ella y también atisbar mediante cuatro
pinceladas las diferentes ideas que construyen tales mundos.
Y junto al viaje y el cambio de ubicación, tras la huida de la urbe
cosmopolita, la aparición y el uso acertado de temas universales
como el amor (la Chica Natividad) o la muerte tras el acoso de la
envidia y el odio (el Raidera), sin olvidar otras apoyaturas
acompañantes como los intereses (Doña Purificación y sus deseo de
colocar a la Chica Natividad) y la cerrazón del ambiente. Son buenos
mimbres para una historia que, además de reflejar la Historia con
mayúscula, de indagar en las ideas de progreso o en los avances
sociales y de abundar en la exposición de unos hechos merecedores de
crítica, toca el corazón. Un corazón sobresaltado por los aires de
intriga y misterio aleteante que el autor insufla a la historia
mediante la intercalación de voces y con el goteo acumulativo de
pequeñas sospechas.
La confrontación de dos mundos tan
distintos no sólo fluyen desde el protagonista epicentro de la
historia (Frances Casals), sino de los distintos personajes, apenas
descritos, pero sí explicitados en su actuación. Personajes que, al
paso del protagonista, van apareciendo para acompañarle en su viaje
de desdichas. Porque de eso, de desdichas, versa El viaje
del anarquista. En especial,
interesan los personajes femeninos, tratados con un puntillismo
acertado, de cuatro toques, para ser a la vez que representativos del
momento (tanto si habitan la ciudad como si viven en el pueblo),
pivotes de la desdicha. Pues, la huida de Barcelona de Francecs
Casals, por fidelidad a la idea anarquista, que le evita la posible
muerte en el campo de batalla, conllevará sin embargo la
imposibilidad de otra nueva huida cuando el destino se llene de odio,
rencor, venganza y, por supuesto, casualidad. Todo esto y más en
El viaje del anarquista.
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