LA COMPLEJIDAD DEL VALOR (*)
Ramón Acín.
De nuevo, Clara Usón (Barcelona,
1961) da un paso de gigante en su trayectoria narrativa. Con Valor ha colocado el listón en lo más
alto, superando, incluso, la atractiva solidez de su anterior novela La hija del Este. Otra vez, en cada
página, vuelve a sorprender al
lector. Como mínimo por la densidad de
cuanto contiene y se narra en Valor,
por la forma de comunicar los contenidos en los que nos sumerge como lectores necesariamente
activos y, por supuesto, por la múltiple intensidad de lo comunicado.
Valor desarrolla tres historias (cada una con su consiguiente
esquema de “valor”, coraje o riesgo, dentro de la sociedad en la que éstas se
desarrollan), además de un coda final (la historia del joven libanés en un
Benidorm gris). Historias que, parenciendo las teselas de un rompecabezas, al
final, se superponen y complementan gracias a un cierre exacto o, como mínimo,
medido (La arquitectura en la obras de
Clara Usón suele ser, además de una clave, un portento de eficacia). Tres
historias que abordan el siglo XX y el pertinente tramo del XXI con una mirada
tan poderosa como profunda, llevándonos más allá de lo cotidiano, la costumbre
y la apariencia. Tres historias en el límite, en el precipicio que supone el
riesgo máximo y en la necesidad de bogar y ahondar tras la costra superficial
de la vida. Tres historias, también (como viene siendo habitual en la autora)
vistas desde dentro, emergiendo con fuerza desde el interior, al colocarnos
como lectores, por lo general, en la mente de los personajes.
Esta mencionada fusión de las historias
que conforman Valor, permite aceptar
(y asistir) la convivencia de momentos, espacios y personajes alejados en el
tiempo sin que, por ello, salten chispas mientras se asume lo narrado en la
novela. Es decir, la simultaneidad de tiempos y personas de épocas diferentes
(caso, por ejemplo, de Fermín Galán, sublevándose en Jaca, en diciembre de
1930, con Mati, directora, en nuestros días, en una sucursal de una caja ahorros,
estigmatizada por haber vendido “preferentes”) en absoluto es un obstáculo para
adentrarnos en las tramas y contenidos expuestos por Clara Usón. Ni siquiera al
lector de narrativa más apegado a una concepción causa/efecto y cronológica, va
a importarle la rara convivencia de distintos planos, personajes y tiempos en
la narración, porque un río subterráneo, el del valor (no importa si nacido de la
coherencia o de la desesperanza), posibilita su unión.
Valor, título unificador pese a su plurisignificación, concita
siempre un aire de tragedia. Pero de una tragedia que, cuando menos, presenta doble
filo, porque quienes actúan como protagonistas de los hechos narrados son a la
vez víctimas y verdugos. Así, la primera historia, la de Fermín Galán, al
sublevarse en Jaca, en aras de sus ideales republicanos, es víctima y verdugo de
su plural fogosidad (fogosidad chapucera en la sublevación, fogosidad ética al no huir cuando todo está perdido e, incluso, cunado
con valor manda al pelotón que ha de fusilarle) como lo es también su compañero
de aventura Luis Duch, señorito de izquierdas, víctima de la traición a su
clase y verdugo de su propio fusilamiento al no escapar y exiliarse por el dolor
que cree infligirá a su madre en caso de
abandonar Jaca tras triunfar el golpe fascista de Franco. Otro tanto,
parece desprenderse de la segunda historia de la novela, donde el monje
franciscano croata Casimiro, componente de la cruzada católica llevada a cabo
por el fascista Ante Pavelic, se ve empujado, durante la II Guerra Mundial, a
actuar, como un “ustacha” más, de verdugo (no sólo forma parte de la maquinaria
que, en el campo de concentración de Jasenovac, extermina a serbios, ortodoxos,
comunistas y judios, sino que comparte, a punta de pistola, la conversión al
catolicismo de quienes no lo son en el Estado Independiente de Coracia) sientiéndose
a la vez víctima de su irracional fanatismo, centrado en el dogma o la fe. Un fanatismo de
cariz semejante al que se entrega la directora de una sucursal de una caja de
ahorros, capaz de vender basura y de arruinar a conocidos, amigos y familiares
para mantenerse en su estatus social, para acabar como víctima, estigmatizada y desprovista,
tras la debacle económica, del rol social tan apetecido.
Valor, como mínimo, supone
la mirada a tres momentos de la Historia, conlleva la observación en vuelo
rasante de tres dioses absorventes y omnipotentes para el ser humano (ideal
revolucionario, dogma/fé, dinero/mercados financieros), y, por supuesto, nos
lleva a indagar tres formas de estar en sociedad y de formar parte de ella
(lógicamente, a lo largo del tiempo “histórico” en el que se asienta la
novela). Tres miradas distintas y, sin duda, enfrentadas, aunque siempre
superpuestas y complementarias, que permitirán ver la anormailidad de la
normalidad (algo que ya Clara Usón desbrozó, por ejemplo, en Perseguidoras), donde, de ordinario, la
moral y demás valores positivos hacen mutis por el foro. Miradas que, en definitiva,
hablan de lo complejo que es el ser humano, de sus luchas, claroscuros y
contradicciones, y, también, de cómo se disparan los resortes cuando la existencia
pone a hombres y mujeres en el disparadero de situaciones extremas. Situaciones
que, en el fondo, como es habitual en Clara
Usón, recalan en la familia (Mati y su hija Mar, Luisito Duch y su madre…), en
los amigos o, simplemente, en quienes nos acompañan en la singladura de la vida,
sin obviar el añadido de sus conflictos. Y situaciones que bucean
–documentación bien diluida- en la Historia y en sus circunstancias, con
sus luces y sombras: desde la indagación
en la Historia oculta/ocultada o la revisión sobre la Iglesia y su actuación
ante los nazis, hasta el problema de los Balcanes (recuérdese La hija del este) o la actuación de los mercados hoy día. Con todo
ello, Valor, al enfrentar (o, tal vez, al comparar) historias
diferentes y épocas distintas invita a la duda de dogmas y verdades
“inamovibles”. Sin duda, porque en la duda reside, al llevarnos hacia la
reflexión, una de las mejores formas de entender la vida.
VALOR, Clara Usón. Barcelona,
Seix Barral, 2015
(*)Publicado en TURIA, 117-118.
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