jueves, 5 de febrero de 2015

SOBRE LA LECTURA Y LA ENSEÑANZA (Revista Platero. Enero/Febrero, 2015)

DOS BREVES NOTAS A VUELAPLUMA
EN TORNO A LA LECTURA
por Ramón Acín

¿QUÉ ES O QUÉ SIGNIFICA LA LECTURA?
Sin duda leer es ir más allá de las técnicas, de lo lineal, de la diversión, de la enseñanza.Digamos que, en estado puro, leer es llegar a la implicación de un lector en el libro. Una implicación que, como mínimo, conlleva el hecho de entregarse, por un lado, con inteligencia –comprensión y reflexión– y, por otro, con sentimientos –encontrar o reconocer emociones,sueños, fantasías, recuerdos, etc. en la lectura–. De esta forma, un mundo exteriore, incluso, extraño – puesto que es el mundo del creador–, pasa a ser propio, pasa a ser del lector. Ese apropiamiento, placentero si se obtiene con libertad, se consigue cuando el lector vive la lectura desde la mayor cantidad de perspectivas posibles, tanto físicas –observar, ver– como psíquicas
–emoción, deleite, reflexión...– con el fin loable de enriquecerse; es decir, de paliar las carencias–.O lo que es lo mismo, una forma de comprenderse y de comprender el mundo que le rodea.
La clave de la auténtica lectura se produce, pues, cuando un texto (lectura) se torna vivencia (en el lector) y lo leído se convierte en materia interiorizada. Es decir, cuando se logra la propia creación del lector (recreación de la lectura). Un acto que, en estado puro, no exige mediación alguna, sino que necesita de una total libertad.Pero para llegar a este estado de pura recreación lectora se necesita que el sujeto que se acerca a un libro posea hábito lector, que sea un lector de verdad. El quid está, por tanto, en cómo lograr ese hábito que transforma a las personas, en cómo, partiendo desde la inexperiencia, se consigue la conversión en lector y, en consecuencia, en recreador de textos. Una operación que además debe hacerse sin forzar la máquina y sin imposición alguna.
Pero en la actualidad el objeto denominado libro sobre el que se practica la lectura no goza de buena salud. El libro es visto por los jóvenes casi únicamente desde una sola perspectiva: la académica. Dicho de otro modo: el libro es motivo de exámenes y epicentro de imposiciones –lecturas obligatorias de asignatura–
frente a otras posibilidades, muy variadas, que, entre otras muchas posibilidades, tienden a la experiencia, al placer, al conocimiento personal. Este “odio” al libro –“mal rollo”–, derivado de lo anterior, afecta a la lectura y, sin duda, es una de las más incisivas causas del abandono lector que, desde hace años, se está produciendo a partir del acceso a la Secundaria. Un concepto del “mal rollo” o de inutilidad que ha penetrado incluso en la familia, la cual cercada por el utilitarismo que nos envuelve, no reconoce en absoluto el resto de las bondades de la lectura. Y así, no es raro observar el esfuerzo de la familia apoyando actividades de ocio, mientras protesta por el coste elevado de los libros –por ejemplo, acepta los libros de texto, por útiles, pero muy a regañadientes los considerados como lectura–.
En general, ante estas circunstancias, el acto de leer está perdiendo su condición de elemento de primer orden en el ser humano. En el férreo cerco del “presentismo” y ante el agobio de “practicismo”, ya no interesa siquiera que el libro invite a la actuación, provea de conocimientos y enseñe a usarlos, produzca sensaciones, estimule sentimientos o cree y refuerce actitudes además de ser uno de los mejores vehículos para participar de la realidad, posibilitando la confrontación de uno mismo con el entorno y con quienes lo conforman.
LECTURA y AULA
Ante esta situación, la escuela debe responder con imaginación. Por ejemplo debe observar y estudiar los gustos y las apetencias del alumnado para buscar obras literarias que respondan y se acomoden a los resultados obtenidos en esa observación. Obras, a ser posible, con calidad literaria, respaldas por cualquiera de las variadas manifestaciones del “canon”. Obras conocidas, leídas y vividas por quienes invitan a leerlas.No se trasmite lo que no se siente. La clave reside en iniciar al niño, en que vaya captando interés por la lectura, poco a poco, más allá del valor de esa lectura.
La labor del profesorado es clave. Un profesorado que, salvadas unas líneas generales básicas –nunca dar gato por liebre; es decir, su invitación a leer debe estar presidida por la seriedad, la honestidad y la vivencia– es siempre libre en su forma de actuar y en la sugerencia de lecturas y autores. Un profesorado que debe mostrar las diversas facetas de la lectura. Tanto su utilidad, tan privativa en la sociedad actual, como su placer. Y todo ello sólo se conseguirá viviendo a fondo la lectura escogida y dando baza al lector.
¿Cómo?  Por ejemplo, acompañando al aprendiz de lector en el descubrimiento de los aspectos que encierra una lectura; haciéndole ver que quien lee, con su acto lector, es quien realiza todas las funciones; ayudándole a aproximar la obra leída a su mundo,mediante el intercambio de ideas, sentimientos, impresiones y reflexiones.
En los comienzos de todo futuro lector es aconsejable la lectura de obras sencillas. Una lectura que, además, es aconsejable que sea mixta. Es decir, en clase y en casa; en grupo –comentarios del profesor, cruce de opiniones– y en soledad –lectura individual–. De esta manera, por aplicación práctica,se ofrecerán conocimientos y, al  mismo tiempo, se atenderá al placer individual, apoyo sobre el que debe asentarse el ansiado hábito lector. Al principio debe primar el intento de convertir la lectura en un deleite. Es decir, que nunca la actividad lectora debe suponer una carga añadida a las disciplinas escolares. Ni tampoco convertirse en una prolongación de la materia.Por ello, es aconsejable no leer más de uno o dos libros, salvo que sea una petición propia del lector. En esta etapa los lectores,aunque sin mucha costumbre, todavía encuentran positivo y, a veces, grato el hecho de leer. Es aconsejable incidir en esos aspectos básicos, despertar la  capacidad de asombro, incidir en la identificación con los temas y motivos de la obra y, sobre todo, en ir un poco más allá de la asunción del argumento. Y, sobre todo, ahondar en la práctica de exposición y de discusión  de aspectos en los que se detectan fallos, anomalías,falta de verosimilitud. En suma, hacer que se sientan protagonistas y, a la vez, demostrarles que son capaces de asumir una obra, de hablar en público y de trazar argumentaciones y réplicas.
El caso es leer de verdad, ahondar en la lectura, encontrar temas de interés para los jóvenes. Hay que convertir la lectura que se practica en la escuela en algo más que lectura. En una palabra, que el lector despliegue su actividad en ella. Y las formas son múltiples –practicar de periodistas, practicar de escritores, guionizar y trasladar a imágenes capítulos o fragmentos, poner música, pintar escenarios, etc.–. Lo lúdico y la inventiva acaban por llevar a la lectura y, en el mejor de los casos, al hábito.
El profesor debe motivar e informar, pero nunca presionar con sus opiniones. La máxima es subordinar las veleidades teóricas hacia la invención y lo práctico. La lectura, una vez asumida por el lector, debe abocar al diálogo. Y éste se consigue provocando el intercambio de ideas que, de paso, forma en el diálogo, en el uso de la palabra y en la convivencia, tras lectura, documentación y reflexión.
El profesor debe provocar la participación activa y dotar de esquemas, sin que se le note, para desarrollar tanto el trabajo lector como el trabajo reflexivo y, por supuesto, su unión entre disciplinas y con el entorno. En lo que se refiere al niño lector, además de inoculare la afición a la lectura y de anclar su hábito lector, conviene explotar aspectos de corte personal. La participación activa en la lectura puede apuntalar la inseguridad juvenil o, entre otros aspectos más generales como la convivencia, eliminar tabúes de vergüenza y de timidez, propios de la edad. ■

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