TERRITORIO TOMEO (*), por Ramón
Acín
Quienes se acerquen a El hombre bicolor, novela póstuma de
Javier Tomeo, creeran, por un lado, estar transitando todavía por el
desasosegante espacio de una ciudad vacía, en la que el protagonista Teodoro,
que acaba de despertar y salir a la calle, no encuentra sentido a todo cuanto
le acaece, al tiempo que el silencio reinante, cada vez más profundo, le invade
con sus espesas oleadas (La ciudad de las
palomas). Y, por otro lado, creeran también que asisten al debate interior que
padece una persona en su lucha por deslindar la realidad, de la irrealidad (o imaginación).
Osea, que se asiste a un debate similar al que padeció el agobiado protagonista
de Preparativos de viaje (obra que,
en su primera edición, se tituló Ceguera
al azul), a su vez disciplinado viajero y que, ahora, repite maneras en
Hermógenes W de El hombre bicolor.
Pues si el primero se enfrascaba en la busca y captura del inexistente país de
Benujistán, algo similar puede observarse en el segundo cuando intenta hallar
los habitatantes de la ciudad de Borenburg. Las mismas o semejantes apoyaturas
lógicas, externas e internas. Y todo lo
anterior va más allá de un posible parecido, porque Hermógenes W, hombre
bicolor dada su rareza de poseer un ojo azul celeste (el derecho) y otro verde
esmeralda (el izquierdo), amén de otras asimetrías típicas de los personajes del aragonés, coincide con el
trazado de ambas situaciones y, en parte, con muchos aspectos, situaciones y
actuaciones llevadas a cabo/sufridas por los protagonistas de la novelas
citadas, además de presentir tambiñen que, entre bastidores, alguien diabólico
está moviendo los hilos de su destino, sin olvidar, tampoco, el sufrimiento que
soportan ante un agobio similar frente al futuro profesional (en el caso de
Hermógenes W por su perspectiva como recaudador de impuestos y funcionario de segunda
en La Delegación Periférica de Hacienda). Por si ello fuera poco, aún hay varias coincidencias más. Por ejemplo, Hermógnes
W también
recibe ódenes de un superior (como en Preparativos
de viaje), órdenes que le obligan a
inistir en su cometido ordenado (recaudar impuestos o vender sillas) dentro de
un espacio vacío, solitario y acechante, y en el que únicamente, para el hombre bicolor, los ladridos de un perro invisible denotan cierta vida. Estamos
ante la habitual intertextualidad de la narrativa de Tomeo que, en ocasiones
alcanza coincidencias que podrían recibir la denominación de simples repeticiones,
sin que por ello (y con ellas) se produzca la más mínima merma de interés por
la obra.
Tomeo,
por lo general a lo largo de su trayectoria, jugó con la fuerza de la anécdota
en permanente bifurcación y, también, con la fijación racional del espacio y
del tiempo sobre los que sobrevuela sin descanso la fuerza del absurdo. Sus novelas avanzan siempre abriendo nuevas
posibilidades a una mínima y simple situación de un inicio que no parece terner
nada de trascendente (aunque lo acaba siendo). Y, la mayor parte de esas
posibilidades abiertas se mecen siempre en el absurdo, con lo que cada nueva
posibilidad posibilita la verosimilitud de la precedente. Sucede así, porque para
Tomeo el absurdo también preside la vida, una circunstancia que convierte a
éste en un elemento más de la realidad. En El
hombre bicolor, el viaje de Hermógenes W (en tren, espacio de transporte
muy querido por el autor) a Boronburg, con el fin de ejercer de recaudador de
impuestos, conlleva la presencia inicial de la anécdota narrativa: Nadie acude
a recibirlo como en otros viajes precedentes, señal de que algo pasa. Pese a
todo, suspicacias incluidas, él se establece en el hotel de costumbre a la
espera de acontecimientos y los acontecimientos desembocan pronto en la
realidad de una ciudad desierta, vacía, deshabitada, solitaria, turbadora. La
bifurcación de la situación inicial se impone y, por un lado, propicia el
choque entre el mundo exterior o físico de la ciudad y su paisaje (que no
quiere decir, real) con el mundo interior o psíquico del personaje, con sus miedos, esperanzas y
probabilidades. Por otro, sobre tal rail del choque, línea maestra en las
novelas del aragonés, se superpone la polaridad entre yo y el otro (conocido es
lo que Freud significa en los personajes de Tomeo) y la novela empieza a
crecer, a saltar de lugar en lugar, de
subhistoria a subhistoria, de situación en situación y a crear locus amoenus en la imaginación y
pensamiento del protagonista, al tiempo que los locus terribilis, provenientes de la situación externa, poseen
también su hueco. La novela, como siempre, crece en espiral, se engorda y se
dispara en posibilidades. Y así, una ciudad, hecha para la vida de multitudes,
aparece vacía y solitaria abriendo el portón de las interrogaciones, de las
probabilidades, de las suposiciones acerca de cula es la causa. Preguntas y más
preguntas (incluidas las retóricas) con sus tambiñen abundantes respuestas
múltiples y en cadena, llenas de probabilidades, incluso rozando el sinsentido.
Y todo para “devolver a la soledad todo su sentido” (p.25). Porque, en el
fondo, de eso trata El hombre bicolor,
de soledad, de aislamiento y, sin duda, del fracaso. Todo un triunvirato en
Tomeo. Una soledad que es la soledad donde sólo un ladrido lejano de un perrro denota
vida, sinoi una soledad en la que incluso los utesilios de comunicación son
inservibles y, por supuesto, donde la duda lo socava todo y donde el absurdo
reina.
Y para
conseguirlo, los trenzados de siempre en Tomeo. Nada mejor que enzarzarse en
una lucha continua de bifurcaciones y posibilidades, en un vaivén permanente de
aberturas y fingidos cierres de la historia (edificada con subhistorias), donde
el tiempo (constantes matizaciones horarias) y la topografía (ubicaciones
espaciales), por ejemplo, sirven (y son)
el contrapunto adecuado para que lo imposible y el absurdo, tan queridos por el
autor, obtengan una existencia de realidad verosimil. No importan ni el aire
fantasmal, ni la presencia presente
del azar, ni la sensación de misterio,
ni la ambigüedad de las acciones…, porque a Tomeo le sirve muy bien ese
ensartado de breves ficciones dentro de la ficción, las cuales, al acumularse
unas sobre otras, al tiempo que hacen avanzar la historia y le otorgan
densidad, van proporcionando credibilidad. Un esquema que, aunque pordía
devenir hacia un infinito presumible, el autor sabe parar a tiempo. Con El hombre bicolor estamos en el Tomeo de
siempre, conocido y degustado. Estamos en el territorio Tomeo.
Javier Tomeo. El hombre bicolor. Barcelona, Anagrama,
2014, 113 páginas.
(*) publicado en la revista TURIA (Junio 2014)
(*) publicado en la revista TURIA (Junio 2014)
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