martes, 1 de julio de 2014

EL HOMBRE BICOLOR, OBRA PÓSTUMA DE J. TOMEO


TERRITORIO TOMEO (*), por   Ramón Acín

Quienes se acerquen a El hombre bicolor, novela póstuma de Javier Tomeo, creeran, por un lado, estar transitando todavía por el desasosegante espacio de una ciudad vacía, en la que el protagonista Teodoro, que acaba de despertar y salir a la calle, no encuentra sentido a todo cuanto le acaece, al tiempo que el silencio reinante, cada vez más profundo, le invade con sus espesas oleadas (La ciudad de las palomas). Y, por otro lado, creeran también que asisten al debate interior que padece una persona en su lucha por deslindar la realidad, de la irrealidad (o imaginación). Osea, que se asiste a un debate similar al que padeció el agobiado protagonista de Preparativos de viaje (obra que, en su primera edición, se tituló Ceguera al azul), a su vez disciplinado viajero y que, ahora, repite maneras en Hermógenes W de El hombre bicolor. Pues si el primero se enfrascaba en la busca y captura del inexistente país de Benujistán, algo similar puede observarse en el segundo cuando intenta hallar los habitatantes de la ciudad de Borenburg. Las mismas o semejantes apoyaturas lógicas, externas e internas.  Y todo lo anterior va más allá de un posible parecido, porque Hermógenes W, hombre bicolor dada su rareza de poseer un ojo azul celeste (el derecho) y otro verde esmeralda (el izquierdo), amén de otras asimetrías típicas de  los personajes del aragonés, coincide con el trazado de ambas situaciones y, en parte, con muchos aspectos, situaciones y actuaciones llevadas a cabo/sufridas por los protagonistas de la novelas citadas, además de presentir tambiñen que, entre bastidores, alguien diabólico está moviendo los hilos de su destino, sin olvidar, tampoco, el sufrimiento que soportan ante un agobio similar frente al futuro profesional (en el caso de Hermógenes W por su perspectiva como recaudador de impuestos y funcionario de segunda en La Delegación Periférica de Hacienda). Por si ello fuera poco, aún  hay varias coincidencias más. Por ejemplo, Hermógnes W  también recibe ódenes de un superior (como en Preparativos de viaje), órdenes  que le obligan a inistir en su cometido ordenado (recaudar impuestos o vender sillas) dentro de un espacio vacío, solitario y acechante, y en el que únicamente, para el hombre bicolor, los ladridos de un perro invisible denotan cierta vida. Estamos ante la habitual intertextualidad de la narrativa de Tomeo que, en ocasiones alcanza coincidencias que podrían recibir la denominación de simples repeticiones, sin que por ello (y con ellas) se produzca la más mínima merma de interés por la obra.

Tomeo, por lo general a lo largo de su trayectoria, jugó con la fuerza de la anécdota en permanente bifurcación y, también, con la fijación racional del espacio y del tiempo sobre los que sobrevuela sin descanso la fuerza del absurdo.  Sus novelas avanzan siempre abriendo nuevas posibilidades a una mínima y simple situación de un inicio que no parece terner nada de trascendente (aunque lo acaba siendo). Y, la mayor parte de esas posibilidades abiertas se mecen siempre en el absurdo, con lo que cada nueva posibilidad posibilita la verosimilitud de la precedente. Sucede así, porque para Tomeo el absurdo también preside la vida, una circunstancia que convierte a éste en un elemento más de la realidad. En El hombre bicolor, el viaje de Hermógenes W (en tren, espacio de transporte muy querido por el autor) a Boronburg, con el fin de ejercer de recaudador de impuestos, conlleva la presencia inicial de la anécdota narrativa: Nadie acude a recibirlo como en otros viajes precedentes, señal de que algo pasa. Pese a todo, suspicacias incluidas, él se establece en el hotel de costumbre a la espera de acontecimientos y los acontecimientos desembocan pronto en la realidad de una ciudad desierta, vacía, deshabitada, solitaria, turbadora. La bifurcación de la situación inicial se impone y, por un lado, propicia el choque entre el mundo exterior o físico de la ciudad y su paisaje (que no quiere decir, real) con el mundo interior o psíquico  del personaje, con sus miedos, esperanzas y probabilidades. Por otro, sobre tal rail del choque, línea maestra en las novelas del aragonés, se superpone la polaridad entre yo y el otro (conocido es lo que Freud significa en los personajes de Tomeo) y la novela empieza a crecer,  a saltar de lugar en lugar, de subhistoria a subhistoria, de situación en situación y a crear locus amoenus en la imaginación y pensamiento del protagonista, al tiempo que los locus terribilis, provenientes de la situación externa, poseen también su hueco. La novela, como siempre, crece en espiral, se engorda y se dispara en posibilidades. Y así, una ciudad, hecha para la vida de multitudes, aparece vacía y solitaria abriendo el portón de las interrogaciones, de las probabilidades, de las suposiciones acerca de cula es la causa. Preguntas y más preguntas (incluidas las retóricas) con sus tambiñen abundantes respuestas múltiples y en cadena, llenas de probabilidades, incluso rozando el sinsentido. Y todo para “devolver a la soledad todo su sentido” (p.25). Porque, en el fondo, de eso trata El hombre bicolor, de soledad, de aislamiento y, sin duda, del fracaso. Todo un triunvirato en Tomeo. Una soledad que es la soledad donde sólo un ladrido lejano de un perrro denota vida, sinoi una soledad en la que incluso los utesilios de comunicación son inservibles y, por supuesto, donde la duda lo socava todo y donde el absurdo reina.
Y para conseguirlo, los trenzados de siempre en Tomeo. Nada mejor que enzarzarse en una lucha continua de bifurcaciones y posibilidades, en un vaivén permanente de aberturas y fingidos cierres de la historia (edificada con subhistorias), donde el tiempo (constantes matizaciones horarias) y la topografía (ubicaciones espaciales), por ejemplo, sirven  (y son) el contrapunto adecuado para que lo imposible y el absurdo, tan queridos por el autor, obtengan una existencia de realidad verosimil. No importan ni el aire fantasmal, ni  la presencia presente del  azar, ni la sensación de misterio, ni la ambigüedad de las acciones…, porque a Tomeo le sirve muy bien ese ensartado de breves ficciones dentro de la ficción, las cuales, al acumularse unas sobre otras, al tiempo que hacen avanzar la historia y le otorgan densidad, van proporcionando credibilidad. Un esquema que, aunque pordía devenir hacia un infinito presumible, el autor sabe parar a tiempo. Con El hombre bicolor estamos en el Tomeo de siempre, conocido y degustado. Estamos en el territorio Tomeo.
 

Javier Tomeo. El hombre bicolor. Barcelona, Anagrama, 2014, 113 páginas.
(*) publicado en la revista TURIA (Junio 2014) 

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