Por el lado oscuro del ser humano (*)

José María Latorre no suele  defraudar al lector con las historias que da a la imprenta. Son historias  siempre llenas de obsesiones y a vueltas con temáticas ajenas a cualquier moda  literaria al uso. Historias muy personales, pero con sabor a tradición  literaria, asentadas y edificadas de manera permanente sobre atmósferas enrarecidas,  ambientaciones lúgubres y espacios opresivos que, además de dejar un buen sabor  durante su lectura por el aquilatado estilo del autor, permiten también asistir  a una plural gavilla de perspectivas acerca de la condición humana. Música muerta y otros relatos, la última  incursión narrativa de Latorre, aparecida  bajo el paraguas del muy loable catálogo de la editorial Valdemar, continúa esta estela y remarca, de nuevo, la narrativa  independiente y radical, tan típica de Latorre,  que, sin embargo, nunca  deja de ser  sobrevolada por copiosas referencias, pues al fondo de todas sus novelas y  relatos, siempre late el poso de numerosas lecturas asumidas, de películas  examinadas con rigor y  de un pródiga cultura  degustada con fruición.En Música muerta y otros relatos, como anuncia su mismo título,  la muerte (junto al amor, tema capital en el  autor), asediante e insistente, se cuela con fuerza en las veinte historias que  componen la entrega (alguna casi llega a ser una nouvelle, como el caso de “Resurgam”) e invita a una navegación  especial, mediante la cual se pueden explorar (e indagar) los distintos  recovecos, sean reales o posibles, que ofrece el destino último del hombre. Con  el uso del tema de la muerte, Latorre nos introduce en un mundo inquietante que socava la placidez de lo rutinario y  avisa de lo poco firmes que son los asideros de la vida. A la incomodidad de un  tema así, de su tratamiento, y a la perplejidad que ambos conllevan, Latorre añade una mirada corrosiva  sobre casi todo. Una mirada que pone en tela de juicio la sociedad misma en  cualquiera de sus manifestaciones. Pueden  servir de modelo los relatos “El regreso” y “El hombre del cementerio”. El  primero, entre otros detalles, por el varapalo a la fealdad y despropósitos  propios a la moda de la arquitectura fría y el segundo por el ataque directo a  una concepción social basada en la prepotencia, lo políticamente correcto, el  culto al dinero y el desdén hacia la cultura. Una mirada crítica que incluso  pone en solfa la concepción de la misma literatura que triunfa en la actualidad  (véase “Desapariciones” y sus feroces mordiscos contra la literatura simplista  y sus servidores de propaganda periodística). Junto a la denuncia y  posicionamiento crítico, no olvidar tampoco el juego de la ironía, el  escepticismo y una especie de pesimismo hacia todo cuanto es espúreo o contiene  alguna carga de simulación o adulteración.
Sin duda, el tema de la muerte ya  contiene en seno el gran aliado de Latorre narrador. Me refiero a la función que posee el miedo a la hora de  trazar el autor sus relatos y novelas. Un miedo que se manifiesta con diferentes  caras y en distintos grados de intensidad (un arco que va desde la sacudida  simple del miedo apenas atisbado, hasta la cruda plasmación  del terror) y que es diseccionado en función  de lo que se quiere transmitir, acompañándose, según la historia en cuestión,  de los aditamentos más adecuados: repulsión, morbosidad, connotación anormal,  presencia de lo no grato, putrefacción, presencia de lo siniestro… Miedo y  aditamentos servidos siempre con una progresión medida y dosificada para llegar  al fondo de la indagación propuesta o perseguida. En suma, el uso de una  detallada (y múltiple) iconografía de la muerte junto al perfecto goteo del  miedo en íntima trabazón con ambientaciones muy precisas, en las que se ponen  en funcionamiento todos los sentidos. Desde este último punto de vista, merece observar  la  importancia que el autor busca con el  despliegue sensorial, por su capacidad de atarnos a la historia. Destaca, por  ejemplo, el especial hincapié que el autor busca con el sentido de la vista (Latorre  domina la descripción y la sugerencia derivada de la imagen como pocos), la  permanente atención al olfato (la fuerte sugestión de olores, hedores), sin olvidar tampoco el oído e, incluso el  gusto (véase el relato “El depósito de agua”).  Toda esta conjunción da pie a una conseguida fusión (ya mencionada) entre temas  que provienen del territorio de una fantasía  del terror, asentada en la más granada  tradición literaria con la que se pretende la exploración del lado más oscuro  de la condición humana; temas expuestos con puntillismo o minuciosidad  descriptiva y que, siempre, se desarrollan dentro de situaciones  claustrofóbicas o próximas a éstas al compás de una gradación narrativa  (desasosiego in crescendo) que  estalla al final con la impertinencia del chasquido que supone un final  semiabierto o con el golpe efectista del cierre perfecto.
Latorre es maestro en el territorio de lo fantástico, hermanándose  con los mejores maestros del género, porque las raíces de las historias de Música muerta y otros cuentos conectan sin  chirrido alguno con autores de la talla de Mary  Shelley, Bram Stoker, Le Fanu, Blake Walter de la Mare…,  y con muchos de sus mitos y prototipos (“Potocki”  y la licantropía; “Resurgam” o “El sacerdote  suicida” y el vampirismo; “Música muerta” y los fantasmas; “El regreso” y la  contemplación de tu propio entierro, etc.), pero que, además, no tiene miedo  alguno en experimentar la búsqueda de nuevos territorios y nuevas sensaciones  (véanse “Cuervo”, desasosegante historia que acontece en el lejano oeste  americano, o “Simbad y la isla de la muerte”, más propios de la literatura  acomodada en la aventura). Música muerta  y otros cuentos  de José María Latorre, escritor ahormado  en la tradición, al margen de criterios al uso y lejos del dictado temporal,  debe leerse porque nunca defrauda y, sobre todo, por posee la capacidad de  inocular, mediante un estilo ágil y preciso a la vez que sugerente, además de  clásico, el deseo de leer.
José María Latorre. Música  muerta y otros relatos. Madrid, Valdemar.  2014, 385 pp
(*) Publicado en Divertinajes.com (última entrega)
 
 
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