A
OJOS DEL LECTOR*
Ramón Acín
Reposa
Javier Tomeo en el camposanto de Quicena. Lo hace pegado a La Cobertera de su
niñez, mirando fijamente, como le gustaba, hacia el amado castillo de
Monteragón. Sin embargo, su figura de camionero afable o de inocente boxeador
sigue (y seguirá) perfilándose. Con viva nitidez, además. Como si fuera otro de
los muchos prodigios que él imaginó y que, después, con inequívoco magisterio, acabó
legándonos. Sin duda: la rareza de la presencia permanente cuando la partida de
uno ya es más que definitiva. Pero en el caso de Tomeo, no debería sorprenderme.
Él, tan amante de lo absurdo y propenso a peregrinajes por los vericuetos de la
imaginación, siempre estuvo capacitado para superar y sobrepasar el más extraño
de los asombros que uno pueda abrigar. Por si fuera poco, es también lógico que
los muchos años de ligazón y plática, en estancias y viajes compartidos, con
coloquios monologueantes y tras el múltiple cruce de llamadas telefónicas (tan
intempestivas como esperadas) den su merecido fruto. Y que, por tanto, Tomeo siga
aún aquí, a mi lado, bonachón, respirando en medio del sonsonete de largas parrafadas,
surgiendo desde el fondo de sus infinitos despistes o amerizando de pronto como
elefante en cacharrería. Y, además, por si fuera poco, también más de cincuenta
libros me observan.
Conocí
a Tomeo en Barcelona, a inicio de los años 80, algunos meses después de la
publicación de El castillo de la carta
cifrada. Él trazaba ya caminos de asombro entre sus lectores, luego siempre
fieles, mientras yo estrenaba el carril de la crítica literaria (Quimera, Andalán). Desde entonces, muchos Tomeos me acompañan. Unos al lado
de otros, sin distingos. Por Barbastro, Barcelona, Zaragoza, Huesca, Madrid,
Burgos, Ginebra, Burdeos… e, incluso, en el corazón mismo del Pirineo, lejos
del tráfago de las letras. La mayoría de las veces, fueron (y son) Tomeos
literarios o que tuvieron que ver con la Literatura. Sobre todo, fueron (y son)
Tomeos que caminaron parejos a la andadura de sus estrambóticos, monstruosos,
soñadores y alucinados personajes. Personajes que siempre, embarcados en sus delirios
de vida, me llevaron a captar una realidad próxima, sin olvidar los más
impensables atisbos humanos y sociales. Realidad, además, rescatada siempre
bajo la superficie cotidiana o tras la apariencia cosificadora. Y, además,
realidad rescatada con un sajante bisturí en las manos, nada menos, de un
aficionado a la criminologia, seguidor de Freud y, sin saberlo, hijo de Kafka
(“mejor parecerse a Kafka, aunque sea vagamente, que a otros escritores”, solía
decirme), amén de emparentar con la sombra de Goya y la de Buñuel. Otras veces,
menudearon Tomeos más familiares, donde la amistad podaba y quitaba la seriedad
académica o los ropajes literarios para llegar a la hermandad pura y afectuosa (en
mi casa, viajes al Teruel paterno, visitas a Bodegas Enate, paseos en el
balneario de Panticosa,en Jaca… o por Huesca y sus alrededores, Quicena
incluida).
Pero,
para ser exactos del todo, casi todos estos Tomeos fueron argamasados por Juan
K. de Amado monstruo. Este atribulado
deforme soldó definitivamente nuestra inicial sintonía en común, que pronto acabó
en amistad. Con Juan K. y sus seis dedos, Javier Tomeo apareció enérgico en mi
vida y se quedó en ella para siempre. Y no sólo por el hecho de compartir los
tres (Juan k. y Tomeo, más yo al volante) correrías por todo Aragón a lomos de “Invitación
a la lectura” (qué pocos institutos aragoneses adolecerán de su presencia), sino
para alimentarme con sus muchos fantasmas que son ya parte de mi paisaje. A él
dediqué uno de mis primeros prólogos literarios (El cazador), la tesis doctoral y bastantes artículos en revistas y libros
conjuntos. También con él, quizás con la pretensión de diseccionarle en vivo y
de cerca, viajé a congresos y universidades (Grenoble, Neuchâtel, por ejemplo).
O asistí gozoso al éxito de los estrenos teatrales de sus novelas, por Alemania
y Francia. O compartí salones del Liber,
más de un jurado de premios literarios y
Ferias del Libro españolas... El viaje
une y solidifica, y, aunque Javier prefiriese siempre el tren por pavor al avión
al que, en varias ocasiones, me obligó mi trabajo, ambos compartimos vagón de
tren como si fuéramos personajes de su
Diálogo en re mayor (vió segunda edición en la colección “Crónicas del
Alba” que dirigí para el Gobierno de Aragón). En el tren, en interminables
paseos, en sobremesas casi de liturgia,… o en mi casa, nos embarcamos en las mismas
reflexiones en las que se hundían bastantes de sus protogonistas, siempre
escépticos, raros y tocados por la infelicidad. Como ellos observamos el absurdo
mundo del entorno, indagando la incomunicación entre el gentío y sopesando la
cruel soledad entre las masas: Javier y sus mono-diálogos, con cavilaciones
profundas al lado de disparatadas salidas. Fue una buena forma para meditar,
atender ensueños, caer en abstracciones o sacar a flote los patíbulos del
interior humano; esos con los que Tomeo alimentaba su literatura, que, más allá
de lo verosimil, tanto tienen de reflejo y de verdad atesorada.
Sin
embargo, no todo lo ocupó el absurdo, la incomunicación, la soledad y demás
epicentros temáticos de Tomeo, cabalgando alocados a lomos de gallitigres y
demás alucinados o a horcajadas de mosntruosos estrábicos, cegatos, paticortos,
cojitrancos, seisdedos y demás faramalla. Pese a ser parco en la lectura de sus
coetáneos, siempre había hueco para la conversación. Desde el teatro (él,
novelista en auge gracias a la versión teatral de sus novelas), a los clásicos
(en especial, griegos, pero también romanos), la botánica de la mano de Pío
Font Quer (Los reyes del huerto manan
de él) o la brujería (junto a Juan Mª Estadella publicó La brujería y superstición en cataluña), sin olvidar Aragón y su
presente, la nostalgia que irradiaba desde una infancia oscense común… o la misma
actualidad, incluido el fútbol y demás fruslerías.
Aunque
Tomeo reposa, está aquí y seguirá siendo siempre Tomeo, exclusivo, inigualable y universal.
Al menos, a ojos de este lector (y amigo).
(*) Publicado en "Artes y Letras". Heraldo de Aragón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario