domingo, 11 de septiembre de 2011

CORNELIO, PANCHO, SIMÓN Y YO, mi aportación a CUENTOS A LA ORILLA DEL SUEÑO (FUNDACIÓN THEODORA)




"Soy Lupe y vivo aquí. En la casita más cercana al pantano. Desde la primavera. Vivo con Cornelio, Pancho y Simón, mis nuevos amigos. Y, por supuesto, con papá y mamá. Antes, papá, mamá y yo vivíamos en una ciudad llena de coches y de ruido. Pero a papá y a mamá les gustaba tener un huerto. Y animales. Por eso, nos mudamos a este pueblo vacío. Ahora, cuando papá y mamá trabajan en su huerto, Cornelio, Pancho y Simón me acompañan. Yo les hablo y les cuento cosas. Ellos sólo escuchan. Cornelio rueda que te rueda, Pancho con sus ruidosos buuuuuuuuaaaaaah, y Simón, agitado, siempre haciendo sus ris-ris, ras-ras, ris-ris que tanto me gustan.

Cornelio no parece un conejo. Cornelio es una bola blanca. Una bola que rueda veloz por el salón. De un lado a otro. Cornelio corre y tiembla como si siempre estuviese nervioso. Las pocas veces que está quieto, me mira fijamente a la cara. Con sus grandes ojazos, como llenos de sorpresa. Sobre todo cuando tropieza con Pancho. Pero no, Cornelio tan sólo corre, mueve el hocico y sus bigotes porque él es así: un curioso. “Eso es, un curioso, y no hay que dar más vueltas al asunto”, dice mi mamá.

Pancho, al lado de Cornelio, es una gran montaña de pelos. Una montaña grande, negra e inmóvil. Sólo parece peligroso cuando se despereza. Buuuuuuaaaaaahhhh, bosteza, ruidoso, mientras estira sus enormes patas. Pesa una tonelada. Pesa tanto porque es un mastín. Eso dice mi Papá. Pancho casi siempre está tumbado. Dormita junto a la puerta y, a la vez, vigila la casita. Y, también, como hago yo, mira al pantano. A Pancho le encanta su oficio de guardián. Por eso, sus orejas, continuamente tiesas, se mueven como periscopios. Además, siempre, tiene un ojo a medio abrir. Un ojo que ni siquiera de noche se pierde los revoloteos de Simón.

Simón es un manojo de nervios. Sube, baja, se gira, da saltitos,… nunca está quieto. Mamá dice que tiene el baile de San Vito. Parece el sol. De lo majo que es. Por su color amarillo chillón, cuando está en lo más alto de la pajarera, es como el sol. Brilla como ese sol que yo veo al asomarme a la ventana. En la ventana, me lo paso muy bien. Sueño que navego en un velero por el pantano. Me gusta ser pirata. Y Simón es mi papagayo. Lo llevo siempre en mi hombro. A mí me gusta Simón. Especialmente, cuando se acicala. Muerde y estira sus plumas con el pico como si tocase el violín. Ris-ris, ras-ras, ris-ris. Cuando acaba, de tan contento, se dedica a cantar.

Ayer, Cornelio, en su alocado corretear, perdió el equilibrio. Luego resbaló por los escalones del porche. Y, rueda que te rueda, desapareció entre las zarzas, junto al pantano. Sorprendido, Simón, dejó de peinarse sus plumas. Después, nervioso, dando sus saltitos, lanzó un estridente pío-pío-pío. Pancho, en ese instante, se desperezó. Y, luego, con sus guau, guau, llenó el aire. Papaaaaaaaá, mamaaaaaaaá, grité yo. El eco, a continuación, llevó ladridos, gritos y píos-píos hasta el huerto. Mis padres, asustados, vinieron corriendo. A ver qué pasaba.

Simón, dió tantos saltitos que, incluso, raro en él, dejó de piar. Se sentía muy triste sin Cornelio. Porque se llevan muy bien. Pancho, con la nariz pegada al suelo, marcó el rastro. Yo, desde la ventana, señalé la orilla del pantano. Los tres, desde la casita, vimos a papá y mamá internarse entre las zarzas. Pancho, en el porche. Simón, en lo más alto de la pajarera. Yo, desde la silla de ruedas. Es que me rompí la pierna al bajar del cerezo. Ví que las cerezas estaban para comérselas y no dudé. Papá me dijo que me rompí la pierna por glotón. Pero es que a mí me encantan las cerezas. Además, con ellas, me pinto la cara como un indio. En la ventana, mirando al pantano, también soy un indio. Y sueño que estoy en el oeste de verdad.

Después de un rato, papá y mamá regresaron del pantano. Con Cornelio. Ya no era una bola blanca, pero todavía movía mucho más el hocico y sus bigotes. Menos mal. Estaba cubierto de barro y, también, muy mojado. Tembló de miedo toda la tarde. Pancho, ni se preocupó por esos temblores. Pancho es valiente. Tiene que vigilar y punto. Mientras Cornelio secaba su pelaje y volvía a ser la bola blanca de siempre, todos nos olvidamos del accidente. Simón, alegre, volvió al concierto de trinos. Dale que te dale, subiendo, bajando y dando sus saltitos. Pancho, dobló sus patas y se tumbó. Como siempre. Para cumplir con su oficio. Yo, me asomé a mi ventana.

Hoy, desde mi ventana, tengo una nueva diversión. Mientras mis padres trabajan en el huerto, soy explorador. Un explorador que se interna en la selva de las zarzas que rodean el pantano. Sueño que el pantano es el mar. El Mediterráneo, el Aral o yo que sé. También el lago Tanganika, el Titicaca o la bahía de Hudson. Y, claro, me voy a explorar. En el viaje, Simón hace de vigia, desde la palo mayor de la pajarera. Cornelio cumple como marinero de popa a proa. Y Pancho es soldado. Pesa una tonelada y con él no hay quien pueda.

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