martes, 21 de junio de 2011

MELANCOLÍA DE LO INACCESIBLE (Soledad Puértolas)



Melancolía de lo inaccesible, por Ramón Acín (Turia, nº 99)
Acceder a una obra literaria con libertad, sin mediaciones de ningún tipo, tiende a devenir en la mejor de las lecturas. La inexistencia de juicios previos supone siempre, además del disfrute de preceptos básicos –el entretener e ilustrar de los clásicos-, un recrear ajustado al universo del lector y sus circunstancias. Sin embargo, ante el primer tomo de Obras escogidas: El bandido doblemente armado y Una enfermedad moral, de Soledad Puértolas, que la editorial Anagrama recoge, con acierto, en su colección “Otra vuelta de tuerca”, es aconsejable la enriquecedora lectura previa de tres textos: Por un lado, el prólogo, sencillo y clarificador, de Daniel Fernández y, por otro, los sustanciosos prólogos de la autora -julio de 1982 y abril de 1983- que antecedieron, respectivamente, a la segunda edición de Una enfermedad moral y a la edición de ésta en Trieste. Con ellos, quienes se acerquen a la novela y los cuentos del volumen abordarán ambas obras adecuadamente armados y comprenderán, con degustación incluida, tanto la visión sobre los conflictos de la vida que delinean el mundo narrativo creado por Soledad Puértolas, como las formas de expresión usadas al efecto. Y, también, con ellas, podrán observar el especial bagaje lector que la autora llevaba ya a su espalda cuando inició su carrera literaria, así como la permanente propensión de ésta hacia la sugerencia, gracias a la cual logra sus especiales atmósferas narrativas. También percibiran la enorme presencia de la “mirada” como elemento narrativo y, entre otros aspectos igual de esenciales, la disposición de esta mirada, tan presente, sobre personajes contemplativos y pasivos que casi siempre andan envueltos en procesos de maduración mientras miran u observan el discurrir de vidas ajenas, sin intentar ellos mismos entrar en acción para, así, buscar un sentido a su insatisfacción ante la vida y, por lo tanto, para aplacar su especial “melancolía de lo inaccesible” – según palabras de la autora (pág. 152)-.
Sugerencia, minuciosidad, lenguaje directo, sutil introspección, uso de la elusión, atmósferas inquietantes, psicología íntima, territorios fronterizos entre lo que sucede y no sucede, dominio del punto de vista… son algunos de los raíles usados –al tiempo que muy particulares- por Soledad Puértolas en los dos libros que conforman el primer tomo de sus Obras escogidas. Unos raíles bastante ajenos a los utilizados en la narrativa española de los años 70 del pasado siglo XX. De ahí la frescura de estos textos en su momento; una frescura que no ha mellado el paso del tiempo. En parte, porque Soledad Puértolas hace uso de un lenguaje certero, medido, que ayuda muy bien a cuadrar esa tendencia suya de perseguir la insinuación; circunstancia narrativa que adquiere, incluso, rango estructural, puesto que hace posible que todo cuanto sucede en sus historias parezca que es por casualidad. Y, en parte, también, por la sabia distancia, digamos, de cercanía con la que actúa la autora al contar tales historias.
Por lo general, Soledad Puértolas construye ambas obras sobre una especie de “vacío” mediante el cual activa al lector, obligándole a rellenar los huecos existentes en la novela o en los cuentos cuando está ejecutando la lectura. La insinuación, con su continua presencia, obliga a profundizar para que de lo mínimo que se narra en la novela o en los cuentos, se llegue a lo máximo de cada historia; es decir, que, con el simple dato apenas entrevisto, se consiga arribar a la totalidad de unas vidas y su entorno. El lector debe convertirse, ante ambas obras, como un espectador que asiste a una representación, atento a la ambigüedad de unos “escenarios” difuminados que están habitados por personajes comidos por la incertidumbre y desconcertados ante la vida. Esa es el arma predilecta y efectista: acumular de sugerencias e insinuaciones que reducen el argumento a instantáneas sintéticas, pero, a la vez, capaces de de explicar la totalidad. Soledad en su narraciones capta momentos que condensan la vida; momentos llenos de un trasfondo más allá de la anécdota y de la sencillez aparente; es decir, momentos con enorme capacidad de explicación.
Con todo lo anterior, la mirada en torno al misterio que esconde la vida es el eje de mayor vitalidad narrativa tanto en la novela de El bandido doblemente armado, como en los cuentos de Una enfermedad moral. Una mirada, en acecho permanente, que empuja a descubrir en los otros, en vidas ajenas, lo inexplicable, lo oscuro, lo contradictorio e, incluso, lo oculto de la existencia. Una mirada que se ejerce con calor y que se cierne sobre un territorio concreto, siempre con atmósferas de proximidad a los personajes: en especial, el microcosmos familiar y su entorno más cercano. El uso de este espacio, pese a que Soledad reincide en él, una y otra vez, siempre aparece como renovado con cada nueva historia. Y es que el recinto familiar y sus aledaños -aparentemente acotado-, posibilitan un magnífico mirador sobre la fragilidad de la condición humana, tan llena siempre de zozobras y de vacilación y donde soledad, muerte, paso del tiempo… tienen su reino.
La vida, en ambos libros –novela y cuentos-, no se nos define por el acumulo de hechos y sucesos, es decir, como una realidad ahormada sobre unos personajes en acción, sino en la forma en la que estos personajes aceptan –por eso, el uso de la mirada- su dura, injusta y absurda condición humana. Los personajes de Soledad –incluido el narrador- no se definen a sí mismos y no muestran una coherencia al uso ni tampoco precisión, sino que van dejando caer su inadaptación a la vida –o en la vida- a través de escenas sin una trascendencia aparente. Quizá sucede así porque a la autora no le interesa mostrar la urdimbre de la trama y sí que le interesa la presencia de la mirada como motor que acciona la sugerencia. Un motor que adentra en la casualidad y que así evita caer en la obviedad o en lo previsible. Lo normal es que los personajes de Soledad Puértolas apenas se “muevan” en la acción –mucho menos en los cuentos que en El bandido doblemente armado- y que, sin embargo, prefieran dedicar todo su esfuezo vittal a mirar y a contar. Pues con ese “mirar” sacan sustaciosamente a flote los momentos de fragilidad, desvalimiento y de duda; es decir, hacen aflorar ante nosotros, los lectores, su dolencia moral. Una dolencia que atrapa a los personajes y que también atrae al lector. Tal vez, porque la vida puede reducirse a unos momentos cruciales, por lo general azarosos y porque ni la lógica ni la causalidad logran ofrecer una explicación diáfana de la vida. Además, en todas las historias de la aragonesa, las únicas realidades son la soledad y el tiempo, quicios insustituibles en su narrativa.
En suma, los protagonistas de Soledad Puértolas, ante la angustia padecida frente al presente que les encierra o envuelve de manera aparentemente irremediable, observan el entorno para, de esa manera, intentar un ahondamiento en él, para comprenderlo y comprenderse. Y, también, para luchar contra la extrañeza destilada desde ese mundo –y por ese mundo- incomprensible. Sin duda, observar les permite avizorar los aspectos antes mencionados - lo insignificante, lo esquivo, lo oculto…- que, sumados, consiguen edificar una razón de vida. El extrañamiento ante la realidad y la actitud receptiva son, por tanto, otras de las claves esenciales en la narrativa de la aragonesa. Y, por ello, es tan normal que casi todos estos personajes parezcan esperar siempre algo y que busquen continuamente algo. Espera y búsqueda que llevan a cabo mientras aguantan los múltiples embates de la desdicha. Un comportamiento que se deriva de la misma incertidumbre que padecen al conformarse esa incertidumbre en su estímulo más vital. Todos, aunque no comprendan ciertas circunstacias o hechos del entorno, necesitan saber, necesitan conectarse con la realidad. En suma, la inquietud es básica porque ayuda a que se sobrepongan a sus desdichas y al dolor, aspectos esenciales en el universo narrativo de Soledad Puértolas (si “el dolor y la enfermedad existen, y la amenaza de la muerte nos acompaña desde nuestro origen… no estaría de más que tratáramos de explorar todos los recovecos de la bolsa en que vienen metidos” escribió la autora- El País, 26-XII-91).

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