sábado, 19 de junio de 2010


SARAMAGO, INDAGACIÓN Y MEMORIA DE LA VIDA*
Por Ramón Acín
Lejos de Zaragoza escucho la noticia. José Saramago, alfarero de la palabra y preciso muñidor de historias, se ha ido en silencio. En su Lanzarote más querido. Las noticias relatan que una leucemia nos lo ha robado. Pero todos sus lectores, aunque ya invisible, sabemos que él seguirá siempre entre nosotros. Con su hablar pausado que, de forma relajada, incitaba al pensar en uno mismo y, de rondón, en el entorno.
Saramago seguirá contándonos -con su Ensayo de la ceguera, Todos los nombres, La caverna, El hombre duplicado, Ensayo sobre la lucidez o Las intermitencias de la muerte- esa parte huidiza de la realidad actual. Precisamente, en estos tiempos nuestros, en los que la realidad se nos muestra vaporosa y difícil cuando, de verdad, buscamos aprehenderla. Porque Saramago siempre fue –lo es y será- un escritor inteligente, lejos de la virtualidad, de la apariencia y de la mentira. Un escritor de especulación honda, a veces con cierto tono de sermón. Pero siempre un escritor que jamás consitió ni se doblegó ante esas fanfarrias que tan sólo atienden al grato soplo del agradecimiento momentáneo. Ése que hoy tanto abunda en la literatura. Saramago encarna al escritor que miraba de frente. Pues, en todos sus escritos, nunca dejó de buscar la manera de desentrañar el lado oscuro de este mundo moderno. Para que así, él y nosotros, sus lectores, pudiereamos llegar a comprenderlo. Aún a sabiendas de que la lucha podía ser ardua y la batalla, tal vez, ni siquiera pudiera ganarse. Por eso, en sus novelas, relatos, cuadernos, libros de viajes… o ensayos, siempre late la vida, las diversas caras de la vida, se asienten éstas en el pasado –convertido o no, en historia y religión: Memorial del convento, El evangelio según Jesuscristo- o indagen en la angustia del momento. El individuo y su anonimato en la sociedad masificada, el celofán del consumismo, la angustia misma de la existencia, los paraísos de la religión y del progreso o la tecnología, el buceo en la historia… todo cabe en la obra de José Saramago.
Lo saben bien los estudiantes zaragozanos que, en dos ocasiones, allá por los años 90, dialogaron con Saramago en sus institutos. Quedó en el aire una nueva visita. Una visita incumplida ya, con Ordesa en otoño o primavera. El tiempo se ha echado encima. Pero Saramago vive. Nada es más duradero que el hecho de ser la memoria de las cosas. Y José Saramago lo es desde su Azinhaga natal (Santarém, Portugal, 1929) “levantado do chao”.

*Publicado en Heraldo de Aragón (19, Junio, 2010)

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