martes, 22 de septiembre de 2009

PERVIVENCIA DEL SUEÑO (4)


(Última entrega)
4

Se encontró su cuerpo. La barra de la cortina atravesada en el pecho. Estaba en medio de lo que, sin duda, había sido un charco de sangre y ahora era únicamente una costra reseca, un residuo negruzco. Fijado en la loza. Como el orín.

La policía dedujo que había resbalado, que en la caída había arrastrado la cortina y, con ésta, dados los desgarros, la barra que la sujetaba. Pero, con tan mala fortuna que esta última, durante el accidente, había actuado como una lanza auténtica, causándole la muerte. Sin duda, lenta y brutal. Al menos, a tenor de los chorretones impactados con fuerza en la pared y, después, deslizados con parsimonia y suave lentitud, avanzando azulejo tras azulejo.

Pero ni la estupidez de esa muerte ni la suciedad que imperaba en el piso causaron al forense y a la policía tanta perplejidad, ni les envolvió tanto aire de misterio como la fijeza de los ojos del difunto, desmesuradamente abiertos e inyectados en sangre. "De rabia", comentaron entre sí los policías e, incluso, el forense por decir algo que sonase a verosímil y que rompiese la cortante sensación que los envolvía. Parecía estar vivo. Preguntándose, tal vez. ¿Qué?, no se sabía. Era también otro suponer.

Como si algo hubiese fallado.

Sólo que él estaba muerto y bien muerto.

El plato de la ducha parecía rojo, porque el color había perdido en intensidad conforme el contenido descendía en altura. La tonalidad era diferente desde el reborde costroso que, en su día, marcó el límite máximo. El cadáver mostraba evidentes síntomas de descomposición. A poco más se reducía el informe policiaco.
(Nota: Todas las ilustraciones de este relato son del pintor Ramón Acín Aquilué. Fundación Ramón Acín -Huesca-)

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